Valizas
está ambientada de un modo relativamente impreciso en los años de la
dictadura, y ofrece una historia contada con excelente sentido del
ritmo, en la que el arte de Marcos Bergara adquiere una profundidad de
significado impresionante. Los guiones de Santullo han mostrado, de
hecho, una evolución notable desde libros como Crímenes o Monstruo, ambos publicados por su editorial, Belerofonte. Incluso podría pensarse que Valizas muestra a un guionista más competente, por ejemplo, que Los últimos días del Graf Spee.
El uso de diferentes registros de narración (las “irrupciones” de un
plano mitológico, por ejemplo) es un recurso usado con excelentes
resultados, y convierte a Valizas en una obra especialmente atendible, en cierto sentido más interesante que el modo más lineal de Los últimos días… y Acto de guerra, que, de todas formas, tenía el interés especial de funcionar como mosaico de historias breves que se complementaban entre sí.
La isla elefante
es la apuesta más sólidamente “histórica” de este set de historietas.
Acompañada por un interesante apéndice “real”, narra la historia de la
primera misión uruguaya a aguas antárticas, así como también uno de los
episodios en la “conquista” del polo sur. El trazo de Juele, fino,
elegante y detallado, se revela aquí como un complemento perfecto para
un modo de narrar tenso, que apuesta a incluir un máximo de acción en un
mínimo de espacio, y que de hecho lo logra. Por momentos parece
increíble que en tan pocas páginas se pueda contar de manera competente
una historia que no carece de complejidad. En ese sentido, Juele es uno
de los narradores más interesantes del medio gráfico local.
Bandas Orientales
incluye trabajos de varios artistas, centrados en los acontecimientos
del año 1811, partiendo del Grito de Asencio, capítulo a cargo de
Nicolás Peruzzo. En las tres historias publicadas se puede apreciar un
trabajo interesante de búsqueda de acontecimientos interesantes en sí
mismos que se presenten contra un fondo histórico; en el capítulo de
Peruzzo, por ejemplo, una situación de corte humorístico termina
desembocando en el hecho histórico del que se debía dar cuenta desde la
propuesta. Peruzzo resuelve muy bien la manera en que su trama alcanza
los “hechos históricos”, pero, a la vez, instaura un recurso que los
otros creadores llamados para el proyecto harían bien –es mi opinión– en
no emplear como si fuera el único (me refiero a incorporar la
“Historia” al final a modo de nota explicativa).
Ranitas: Historia (personal/generacional) gráfica
Mi favorita de las obras publicadas en lo que va del año es Ranitas,
de Nicolás Peruzzo, publicada también por Belerofonte. La palabra
“catarsis” aparece en el subtítulo y merodea la obra, pero hay mucho
más. Peruzzo logra dar con un equilibrio perfecto entre la historia
personal (sus años de adolescente, la interacción con la sociedad y las
instituciones, su naciente vocación artística, su pasión por la música) y
lo que podríamos llamar el “espíritu de su generación”. Está claro que
todos los que tenemos entre 35 y 28 años, más o menos, nos sentiremos
más que identificados con el desfile de íconos de la cultura popular y
la geografía montevideana que exhibe Peruzzo en las páginas de su novela
gráfica. Los lugares de la noche noventera, la música que muchos
tomábamos en cierto modo como un bandera frente a la imposición del
uruguashismo cultural y los grupos culturales jóvenes (podría hablarse
de proto tribus urbanas quizá, pero se daban con un mínimo de
autoconciencia o incluso militancia) o subgrupos que coexistían en el
momento (las “chetas” que bailaban “marcha” e iban a ciertas discotecas,
los “rugbiers”, etc), configuran un mapa que hará sonar las cuerdas (y
las canas) de la nostalgia en muchos corazones; pero ese no es el único
punto de interés de Ranitas.
La parte gráfica, por ejemplo, muestra un progreso más que notorio en
relación a trabajos previos de Peruzzo, alcanzando momentos de
expresividad increíbles. Un lugar común en la crítica historietística
local es resaltar ciertas “fallas” en el dibujo de este creador: en mi
opinión, es un ejemplo de falta de atención a la obra. El dibujo de Ranitas es tan funcional a su propuesta como el estilo sucio y visceral de Matías Bergara en Acto de guerra, o, para seguir con Bergara, la gráfica estilizada con la que representó los personajes de Los últimos días del Graf Spee; en ese sentido, el dibujo de Ranitas
es perfectamente funcional y satisface en un 100% las demandas de su
proyecto; insistir en presuntas “fallas” técnicas es, me parece, no
entender de qué se trata el libro, y no quiero decir que su planteo
“tolere” torpezas de ejecución, sino que el estilo y lo narrado se
complementan de un modo fluido y natural.
Ranitas, me
parece, señala una dirección a explorar para el comic nacional, en
cuanto obra absolutamente personal. Es quizá una actitud romántica de mi
parte, pero, en cualquier caso, es algo que hacía falta en un medio
cuyas obras mas sobresalientes (con la excepción de Renzo Vayra,
seguramente) tienden a una impersonalidad creadora o una conexión (como
en el caso de Acto de guerra)
a asuntos fuertemente implicados en cierto sentimiento colectivo o
nacional. Creo que es muy saludable para la historieta local que
coexista la narrativa histórica de corte clásico con obras más
personales como Ranitas. Es
posible, además, que otras líneas a explorar estén agotadas o a punto de
agotarse, o que, a priori (y habría en realidad que cotejarlo con la
experiencia) podrían resultar inviables.
¿Comic de vanguardia?
En una reseña publicada en La diaria hace pocos días, Federico de los Santos comentó con lucidez La galería de los sueños, historieta de Renzo Vayra presentada en el último número de la revista Vagón.
De los Santos apunta una serie de líneas que sirven de eje a una
lectura muy fértil de esta obra gráfica, y resalta conexiones con el
manga, la relación de esta Galería
con la obra anterior de Vayra y el uso de diferentes formas expresivas.
En cualquier caso, la riqueza de esta historia es por momentos
abrumadora. Vayra es uno de los pocos historietistas uruguayos
contemporáneos “de vanguardia”, en el sentido de que su obra
permanentemente indaga las posibilidades expresivas del medio elegido
(la historieta, digamos) y rompe sus barreras. En “Un sueño realizado”,
trabajo incluido en el volumen recopilatorio de los premios y menciones
del concurso de historieta Juan Carlos Onetti 2009, así como también (en
menor medida) en Las aventuras de Juan el Zorro, La venganza del Tigre,
inspirado en la obra de Serafín J. García, Vayra parece crear un
territorio intermedio entre la narrativa verbal y la gráfica, sin llegar
a producir historieta en el sentido tradicional del término. En el caso
del cuento de Onetti grandes fragmentos de texto conviven con
ilustraciones, con un abordaje mínimo de lo secuencial, mientras que en Juan el Zorro
la narrativa está presentada con una agilidad más similar al comic,
manteniendo de todas formas cierta sensación de territorio intermedio.
La pregunta de si estas obras son historietas nos lleva a entender a
Vayra como un creador experimental, que no deja de cuestionar el
lenguaje y las formas expresivas del género.
La galería de los sueños
es más “claramente” historietística que las otras obras citadas, pero
presenta al menos una notoria irrpución: dos páginas enteras en las que
el texto cede paso a una partitura “glosada” por ilustraciones. Se
instala un diálogo, entonces, entre la música y la historieta, que
genera en el lector una sorpresa y una incapacidad de “clasificar” lo
que se está ¿leyendo? (¿mirando? ¿escuchando?). Este tipo de estrategias
aportan a La galería… (y a
gran parte de la obra de Renzo Vayra) una suerte de “singularidad”,
convirtiéndolas en obras únicas en su género –o en argumentos contra la
validez del concepto de género.
Vayra
es, por supuesto, uno de los artistas más personales y fascinantes del
cómic uruguayo. Los riesgos asumidos en una obra como La galería…
(parte a su vez de una saga de gran complejidad y ambición artística),
su condición de obra “experimental” o “de vanguardia”, la convierten en
la publicación más inquietante de los últimos tiempos en la historieta
local.
Superhéroes, humor y grandes aspiraciones
Orange Shaft,
de Roy & Bea, funciona perfectamente como historia humorística. El
mayor progreso, quizá, se nota en la parte gráfica, comparándola por
ejemplo con otros trabajos de este dúo creativo, pero también a nivel
guión hay hallazgos interesantes. Por ejemplo, la incorporación de una
historia secundaria a modo de epílogo u apéndice, dibujada en un estilo
deliberadamente retro, aporta una dimensión extra al libro. La historia
principal está bien resuelta y resulta por momentos desopilante, pero es
posible, en cualquier caso, que insistir en esta línea de trabajo
redunde en un “más de lo mismo” o un estancamiento.
El trabajo presentado por Maco
es una muestra de su habilidad como dibujante y del encanto y la
sensibilidad indudable de sus creaciones; en una línea básicamente igual
a la del material que publica en su blog, desarrolla una situación
sugerente con una buena dosis de un humor sutil que bordea el absurdo.
Aunque no participó de esta última edición de Montevideo Comics, es ineludible mencionar al proyecto Sidekick, a cargo de Ignacio Calero y su equipo. En una reseña que escribí el año pasado para La diaria
expresé una serie de dudas con respecto a la calidad (especialmente
“guionística”) del primer número. Esas dudas, en general, las reiteraría
para su segunda entrega, que, si bien ha mejorado en muchos aspectos,
mantiene ciertas fallas que podrían ser muy fácilmente solucionadas si
existiera voluntad de hacerlo. En el caso por ejemplo de “Martillo de
brujas” (guión de Calero y arte de Fernando Ramos), esta segunda entrega
parecería lograr hacernos sentir que allí hay una historia interesante,
a diferencia de su primer episodio, en el que un final abrupto venía a
interrumpir varias páginas de promesas demasiado tenues. El recurso de
aportar un “resumen de lo publicado anteriormente” logra poner un poco
de orden en retrospectiva al caos del primer episodio, y conducirlo a
una narrativa más visible, pero también es cierto que ese “resumen” en
gran medida reinventa el capítulo anterior aportando información que no
era del todo accesible en la manera en que estaba resuelta la primera
entrega de este arco narrativo.
En
el caso de “Roadcomic: Las aventuras de Allison y Polly” (Guión de
Bruno Cotic e Ignacio Calero, lápices y tinta de Calero) sucede algo
similar: la bastante torpe presentación de la historia en su primera
entrega ha sido mejorada y este capítulo se deja leer con más fluidez.
No sucede lo mismo con “Horuk” (Guión de Yamandú Orce y Calero, arte de
Yamandú Orce), que sigue siendo una tontería dibujada muy vistosamente;
esta entrega, de hecho, es poco más que un pretexto para poner a pelear
al protagonista con Thor, hasta que Odin interviene y nos comunica (como
si en eso se ocultara una revelación de increíble importancia) que el
tal Horuk es su “campeón”.
“Capitán
Oriental” me sigue pareciendo ilegible, y es, junto a “Horuk” (aunque
esta última al menos se vuelve interesante desde el punto de vista
visual), el punto más bajo de este segundo número de Sidekick.
Lo mejor, en mi opinión, es “Güalter”, de Agustín Caferatta, y
“Ultimate Cow”, de Leonardo Silva. Esta última logra subir
considerablemente el nivel de la revista; si todo lo que presentara Sidekick fuera tan bueno como este segmento, la revista no tendría nada que envidiarle (y de hecho superaría) a la argentina Fierro (la contemporánea, aclaro, no la histórica).
“Los
ajusticiadores” (Guión: Fernando Ramos; lápices y tinta: Fernando
Souzamotta) mantiene un nivel muy bajo. Si bien es difícil tomársela “en
serio”, por momentos cabe ponerse a pensar en su trasfondo ideológico,
de derecha conservadora y apenas disimulado por el humor simplote y
adolescente (sí, ya sé que la audiencia de esta revista es en gran
medida un montón de adolescentes simplotes que quieren dibujar y que ven
a este proyecto como el Santo Grial, pero aun así, aun así…) y armado
con loas a la burguesía y al barrio de Carrasco. ¿Podemos leerlo como un
gesto deliberadamente incorrecto? ¿Un statement contra la compulsión a lo políticamente correcto al mejor estlio Glee? Lo dudo. No es por subestimar a nadie, pero me parece que no hay en esta historia ningún esfuerzo consciente por decir algo. La fascistada, digamos, se les escapa sola.
Dejé
para el final “La Casa Escarlata” (Guión: Pablo Serellanes; Arte: Joel
Correa); dije más arriba que lo peor de esta edición de Sidekick
era “Horuk” y “Capitán Oriental”; “La Casa Escarlata”, cuya única
virtud es una narración más o menos bien resuelta, merecería un tercer
lugar. En cierto modo, lo peor de Sidekick se
ve reflejado en esta historia: el uso acrítico de lugares comunes y
clichés, la pésima redacción, la indiferencia absoluta hacia la parte
“verbal” (por llamarla de alguna manera) de la historia, la falta de una
mínima repasada o corrección y el desdén por construir guiones
interesantes. Es una historia de vampiros, como se han visto centenares,
y se vuelve involuntariamente humorística, en gran medida por las
torpezas de lenguaje.
En balance, el segundo número de Sidekick logra
ofrecer una mejora con respecto a su predecesor. “Ultimate Cow” y
“Güalter” son ejemplos muy bien logrados de narrativa gráfica, cada uno
en su estilo, mientras “Allison y Polly” y “Martillo de brujas” superan
sus respectivas entregas iniciales y prometen, al menos en el caso de
“Martillo” una historia interesante. Pero, pese a este progreso (a mi
modo de ver, al menos), Sidekick sigue
ofreciendo las mismas fallas, que son esencialmente las que señalé para
“La Casa Escarlata”. Es una revista con un gran potencial: su equipo
sabe dibujar y colorear, de eso no cabe duda; si se detuvieran a
corregir un poco sus palabras y a pensar mejor sus guiones, la revista
sí podría convertirse en lo que pretendía el Editorial del primer
número.
Psicotónico contra blandengues
Cisplatino
fue concebida como una revista de comic de superhéroes al estilo
clásico, y se la apoyó atinadamente con un abundante material
extrahistorietístico (que incluía biografías de los creadores e
información más o menos pertinente sobre los personajes) y con un buen
cargamento de merchandising que, ante todo, habla de las habilidades
como gestor de Zignone. Leyendo las entregas una a continuación de la
otra, y no con la periodicidad espaciada con la que la editorial las
ponía a la venta (que volvía un poco irritante el recurso a los
flashbacks y las digresiones, dando la sensación de que el equipo
productor no sabía a dónde quería ir), podía pensarse que las revistas
publicadas podían equivaler al primer tercio de un arco narrativo, que
debía ser continuado por un establecimiento sólido de la trama y por el
correspondiente desenlace, que dejara un mínimo de cabos sueltos. Sin
embargo, en lugar de seguir esa línea, sus creadores optaron por dar por
terminada la historia y relanzarla reformulando al personaje. Es como
si se hubiese dado el siguiente diálogo:
T: -¡Wow! ¡Los reboots están de moda! ¡Mira lo que logró Abrams con Star Trek y el éxito de Nolan con Batman!
Z: -¡Ea! ¡Hagamos un reboot de Cisplatino y alcancemos el cielo de los comics!
Pero,
por supuesto, para que valga la pena un reboot debe haber, ante todo,
un personaje establecido, bien presentado, explorado e, incluso,
agotado. De más está decir que nada de eso vale para Cisplatino,
cuya presentación era trémula y su exploración narrativa nula. ¿Para
qué reformularlo, entonces? Es obvio que para que valga una
reformulación debe haber primero un personaje bien formulado y
establecido, y en ese sentido el blandengue de ojos blancos ha dejado
mucho que desear.
En
cualquier caso, quizá hubiese sido más interesante continuar con el
Cisplatino original mientras se ofrecía como alternativa el Cisplatino
reformulado. Es posible que esto todavía suceda, pero, por el momento,
lo que ofrece Zignone Comics es una especie de minisaga en tres
episodios que consiste en nada más que una pelea entre Cisplatino y
Mandinga. Leerla, por momentos, produce vergüenza ajena. El lenguaje
afectado, los errores gramaticales y la grandilocuencia al servicio de
una historia totalmente anodina la vuelven un trago
difícil de pasar. Si los defectos de la encarnación previa del personaje
podían ser resueltos en sucesivas entregas de la serie que explorasen y
trabajasen las líneas narrativas abiertas por los primeros números, en
el caso del nuevo Cisplatino, lamentablemente, no hay mucho que hacer.
Pero, como si esto fuera poco, Zignone también lanzó Sicotrónica (guión
de Zignone y arte de Sebastián Navas), las aventuras de una especie de
investigador de fenómenos paranormales en plan John Constantine muy
descafeinado y disuelto. Si el nuevo Cisplatino al menos está resuelto con cierta competencia en la parte gráfica, Sicotrónica,
en cambio, parece el trabajo de un amateur que apela a todos los
clichés disponibles a la hora de disponer a sus personajes en todo tipo
de poses acartonadas -y aún así Zignone dice en una entrevista que Navas
es uno de los artistas más "autocríticos" del medio local. Pero no es
el arte de Navas (que, en última instancia, podría defenderse diciendo
que trabaja dentro de los parámetros del género superhéroes) que Sicotrónica
es la peor historieta aparecida últimamente en Uruguay; el fallo más
flagrante es el guión de Zignone, que parece determinado a profundizar
los defectos que pueden encontrarse en Sidekick.
Errores gramaticales y ortográficos, indecisión entre un español
“neutro” y uno más local, ampulosidad, clichés, falta de una historia
sólida que desarrollar… la política de Zignone parecería ser publicar a
toda costa, sin mirar en lo más mínimo la calidad del producto ofrecido.
Y habilita varias preguntas, por ejemplo: ¿Qué lo llevó a convencerse
de que podía escribir guiones, hasta el punto de dejar de lado la parte
gráfica, en la que indudablemente había dado cuenta de su competencia?
¿A qué se refiere cuando habla de Cisplatino como el primer comic “puro”
lanzado al mercado local? ¿Por qué tomar un personaje que requería
trabajo pero que, en principio, podía ofrecer mucho más y convertirlo en
un tipito de metal que pelea con un zombi y nada más? Me gustaría saber
las respuestas; en cualquier caso, está claro que más Zignone (quien,
además, dice desconocer el comic nacional "pero no porque no exista si
no (sic) porque no me ha llegado") no es lo que el comic nacional
necesita. Y lo que sí hace falta es más Peruzzo, más Vayra, y más
iniciativas sólidas como Bandas Orientales o el trabajo editorial
de Rodolfo Santullo en Belerofonte. El comic histórico goza de buena
salud… es momento de abrir el espectro a otros géneros. Y Ranitas marca un camino más que válido.
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