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viernes, 31 de agosto de 2012

Shankar, Mazzitelli & Alcatena

Es tentador comparar Shankar con Acero líquido. Ambos presentan una historia modelada en torno a un personaje con habilidades especiales, ambos son eminentemente fantásticos, ambos son sumamente extensos, ambos pueden llegar a ser abrumadores (pero no en un sentido digamos negativo -de cansancio o hastío acumulados, de abundancia de información que deviene en ruido-, sino, por el contrario, fascinando tanto al lector que el efecto es análogo al de un encandilamiento o una sobredosis de placer estético) y ambos hacen uso de una proliferación de sub-historias generalmente de corte mítico o mitológico. En coordinadas más gráficas, el estilo de Alcatena es -diríase- el mismo en los dos libros (como también en Dioses y demonios y en Nuggu y los cuatro): barroco, onírico, proliferante; a la vez, si pensamos en la parte más verbal, no hay mayor contraste entre ambos libros en lo referente a la cualidad minimalista y sugerente de las palabras de Mazzitelli.
¿Cuáles son las diferencias, entonces? Quizá una primera manera de pensarlas es partir de la actitud hacia lo mitológico o legendario; en Acero líquido el trasfondo era ante todo fantástico (en el sentido del fantasy, es decir un mundo diferente al nuestro, con sus propias reglas, y no en el de la llamada literatura fantástica, en el que se narran irrupciones en nuestro mundo de elementos inexplicables o cancelaciones de las reglas): se trataba de un mundo exótico (se sugiere, de hecho, que está instalado en un futuro remoto) en el que las referencias a los mitos funcionaban ante todo a nivel decorativo o a modo de sutiles sugerencias; en Shankar, en cambio, lo mitológico  -lo hasta diría enciclopédico en cuanto a los mitos- está en un primer plano.
Los sucesivos capítulos de la serie -historias casi cerradas en sí mismas- abordan universos mitícos que remiten claramente a una cultura en particular; así, la primera sección está incorporada al mundo de la mitología de la India, con su multitud de dioses y avatares; encontramos a Ganesh, a Krishna, a Vishnu y a Siva, entre otras referencias; todos están profundamente incorporados a la trama, además, trascendiendo una posible cualidad "decorativa" en favor de una implicación más profunda con lo narrado. Aquí, la apropiación de Alcatena del arte asociado al hinduísmo es sencillamente asombrosa; como ejemplo basta la viñeta circular de la página 51. Más adelante encontramos mitos (y estéticas visuales) de China, Japón (incluyendo a ¡Godzilla!), Escocia y Rusia, donde es invocada la infame Baba Yaga y su cabaña con patas de pollo (personaje del folklore ruso que aparece, entre otras obras, en "Cuadros en una exhibición", la serie de piezas para piano de Mussorgsky, versionada en 1971 por Emerson, Lake & Palmer).
Es interesante además la incorporación de elementos literarios, como el pirata Sandokán, y también cierto toque ucrónico, elementos que vuelven más compleja a la serie Shankar que a Acero líquido. Por ejemplo, una de las figuras históricas que aparecen en el libro es el general George Armstrong Custer, que murió -en nuestro mundo, claro- en la batalla de Little BigHorn (25-26 de junio de 1876, dentro de la llamada "gran guerra Sioux"); en el mundo de Shankar Custer no muere en esta batalla sino que sobrevive para convertirse en presidente de los Estados Unidos. También encontramos a un Rasputin que se convierte en zar y una premonición del mundo que seguirá a la primera explosión nuclear:
Vio un Japón diferente. Con sus fronteras abiertas al mundo. Enriquecido por el comercio, velozmente transformado en una potencia industrial. Y, en el Japón de su sueño, nacería una nueva casta guerrara. Más fuerte y belicosa que cualquier otra de la historia... que conquistaría el mundo, en lugar de ser invadido por él. Tempestad de fuego, bayonetas y pájaros metálico. Un Japón tan grande y poderoso como nadie imaginó (...) Dioses y demonios protegen este lugar de maravillas. En la frontera más extrema con lo inaudito. Monstruos y mitos. Nunca volverán a contarse historias así. Nunca volverán a suceder. Es el fin de una era. Después, la realidad seguirá el sueño de Hidetora. El emperador abandona Kioto para ir a Edo, que a su llegada se llamará Tokio. Asumirá el poder, abrirá las fronteras, dejará que todo suceda (...) En su última noche en Japón Shankar sueña. Y sueña. Es un sueño terrible, horroroso, alucinado, imposible. Ve el fututro. El que no llegó a ver Hidetora. Pero es tarde, ya no hay forma de detenerlo. (pp.180-183).

Las viñetas que van con las últimas oraciones muestran, precisamente, la explosión de una bomba atómica. El efecto de lectura de las imágenes (con Godzilla y una extraña tecnología que parece extrapolada del dieselpunk) en relación al texto es, sencillamente, estremecedor.
Otra diferencia entre Shankar y Acero líquido radica en que en esta última la trama avanzaba de un modo ante todo lineal, siguiendo la búsqueda de su personaje. En este primer volumen de Shankar, en cambio, abundan los flashbacks (muchos de ellos extensísimos) y las imprecisiones cronológicas. Shankar es un hombre de gran poder y recursos, el mayor guerrero que ha visto la humanidad, producto de un nacimiento tan portentoso que reyes y dioses reclaman su paternidad. En cierto modo, parte de este primer tomo se puede leer como la búsqueda (no necesariamente de Shankar sino del concebible narrador de sus historias) del origen, aunque contínuamente se apueste a establecer lo "múltiple" -como en los mitos, en cierto modo- de ese momento fundacional. No existe, entonces, un hilo conductor tan claro que vaya uniendo los sucesivos episodios; esto nos permite acceder al mundo de Shankar como si fuera un gran mapa: todos los territorios representados están allí, y podemos recorrerlos siguiendo periplos diversos, en oposición a una línea única que conduzca a la trama. Eso genera una sensación de vastedad y de riqueza que, unida al trabajo sobre las diferentes culturas y mitos, convierte a Shankar en una obra de un alcance fuera de serie.
Es fundamental releerla, de hecho; una sóla lectura -por más que pueda fascinar y atrapar- no puede ser suficiente. El estilo barroco de Alcatena, además, es paradojicamente tan fluido desde el punto de vista de la narración visual y secuencial que el lector se ve tentado a avanzar a toda velocidad, sin sumergirse en la riqueza gráfica de cada viñeta. Una (o varias) relecturas, entonces, permiten volver a ese mundo visual para aumentar aún más el deleite.
Dentro del rico catálogo de Belerofonte, los libros de Alcatena se cuentan entre los más brillantes, pero Shankar destaca incluso en la compañía de los excelentes trabajos de sus autores: no es sino una obviedad, entonces, calificarla de obra maestra.


martes, 12 de junio de 2012

Acero Líquido, Mazzitelli & Alcatena

Está, para empezar, el estilo de Alcatena: una profusión incansable de detalles, arquitecturas, maquinarias y criaturas; cada página del libro (editado por Belerofonte y LocoRabia) parece animada por el horror vacui de obras como el Libro de Kells, los grabados de Jean Duvet (1485-1562) y los dioramas de Kris Kuksi; las arquitecturas remiten a veces a Escher y a Piranesi, y hacen pensar en la ciudad que describió Borges en "El inmortal" y que tomó prestada de H.P.Lovecraft, mientras que los diversos demonios y criaturas parecen surgidos de un bestiario medieval, de un block de notas de H.R.Giger, de un manual de zoología imaginaria o, sencilla  y terriblemente, de un mundo de pesadilla. La imaginación visual de Alcatena, entonces, parece no conocer límites.
Después viene la historia, las historias. En un futuro mítico que bien podría ser un pasado remoto, tan legendario como la Era Hiboria de Robert E. Howard o las tres edades de la Tierra Media en Tolkien, la humanidad (o, mejor, aquello en que ha devenido la humanidad: seres híbridos, criaturas mágicas, humanoides mecánicos, demonios) habita en ciudades gobernadas por los poderosos y sus magos, asistidos por guerreros, uno por ciudad. No hay ejércitos, no hay cortes de nobles, no hay burocracia: sólo sabios, gobernantes, guerreros, y el pueblo. El saber es guardado celosamente por los sabios, que aparecen en el libro como magos de gran poder: un poder que les permite dominar al universo, cuyas extrañas leyes comprenden. Cada ciudad, además, es diferente a las demás, en un universo exactamente análogo al arte de Alcatena, un universo donde nada se repite, donde todo es singular, donde sólo existen individuos y las especies han sido, claramente, trascendidas... donde todo, en tanto vasta orquestación de lo diferente, está en guerra, ciudad contra ciudad, mago contra mago, guerrero contra guerrero.
Tras entrar a este mundo irrumpimos en la historia de Hark, un trickster, un hombre que irrita a humanos y a dioses por igual y que es capturado por el gobernante de una ciudad para someterlo a ciertos procedimientos que lo convertirán en un guerrero invencible (con el que él podrá derrotar a los gobernantes de las otras ciudades, por supuesto). El resto del libro es una suerte de viaje del héroe en el sentido arquetípico, un periplo de descubrimiento y de búsqueda de cierta verdad, y es interesante que el punto de partida sea el pícaro arquetípico o, como ya he dicho, el trickster: ciertas lecturas de los Arcanos Mayores del Tarot en tanto viaje iniciático hacen comenzar la secuencia con la figura de El Loco, otro bromista infinito e irreverente. Ese movimiento de Hark por su universo, en busca de paz (precisamente lo que no parece existir en este universo convocado por Mazzitelli y Alcatena) y conocimiento de sí mismo, nos presentará docenas de historias, detalles narrativos de un mundo inagotable.
Es decir: si cada página nos arroja pequeñas sorpresas maravillosas en cualquier rincón de sus viñetas, también la trama ideada por Mazzitelli nos promete ese deleite; en el largo viaje de Hark es imposible no dar con historias que nos maravillen más que otras, que se aferren a nuestra imaginación y permanezcan allí, como imágenes encantadas. En mi caso: la historia de los viajantes que buscan la salida del universo (página 101-102) se convirtió en la joya que justificaría (si fuera necesario, si no hubiese perlas de igual valor por todos los rincones de Acero Líquido) volver a este libro y atesorarlo. El primer momento, digamos (y no el último) en que me sentí verdaderamente deslumbrado.
Pocos relatos (gráficos, cinematográficos, meramente verbales, musicales) son tan pródigos en maravillas. Quienes conozcan la obra de Alcatena, por supuesto, no se verán especialmente sorprendidos; sin embargo, incluso comparado con otras creaciones del inmenso dibujante argentino, Acero Líquido destaca como una muestra de virtuosismo barroco: busquen el vigía y la ciudad de la página 29, la cantina de la página 108, el asedio con estrellas de la página 163, las sirenas-manatí de la pagina 181, la criatura sonriente de la página 185, y recuperen el sentido de la maravilla, la marca de la mejor literatura (insisto: visual o escrita, no importa) de fantasía, de ciencia ficción y, en una palabra, imaginación.

Publicada originalmente en Partículas Rasantes el 12 de abril de 2012