La Batalla del Cardal (o del Cordón) se libró el 20 de enero de 1807
entre las fuerzas británicas (en su segunda invasión al Río de la Plata)
y los defensores de la ciudad de Montevideo, y culminó con la victoria
de los invasores. Cardal, novela gráfica con guión de Martín Bentancor (El despenador, La redacción, Procesión, Las otras caras del verano, Aquel viejo tango), arte de Dante Ginevra (El asco, Entreactos, El muertero Zabaletta, Los dueños de la tierra, Bob Marley: no reggae no cry) y prólogo del editor Rodolfo Santullo (Dengue,
Valizas, Cena con amigos, Los últimos días del Graf Spee, Acto de
guerra, Perro come perro, Sobres papel manila, Cementerio norte, Las
otras caras del verano, Aquel viejo tango), narra la historia
de esa derrota del ejército de la banda oriental y de la población
civil que tomó las armas para defender su ciudad.
En su prólogo, Santullo destaca que esta novela gráfica es la primera
incursión en el territorio de la historieta de Martín Bentancor, y añade
"pero nadie lo diría". Hay mucho de verdad en esa afirmación: el guión
de Cardal es sobrio y tenso, y desarrolla su narrativa con
madurez y competencia. Es cierto que no hay intención alguna de tensar
(o mucho menos violentar) las pautas más clásicas o estándar de la
narrativa gráfica; por el contrario, se trata ante todo de tramar una
narración con economía de medios y sin pretender alarde alguno de
virtuosismo narrativo. Esto puede hacer parecer, entonces, que hay algo
de apuesta segura en el ejercicio de Bentancor, en el sentido de no
haber incurrido en riesgos innecesarios. En una obra más larga o
ambiciosa eso quizá habría redundado en una nota negativa o más
generadora de desinterés al apuntar a una actitud ante todo
conservadora: aquí, sin embargo, en las ágiles 70 páginas de la novela,
se siente, por el contrario, que la historia de la batalla ha sido
contada con eficiencia y seguridad, que, para decirlo con una imagen
simple, Bentancor dio con la fórmula exacta para su preparado. Y en ese
sentido tiene razón Santullo: el de Cardal es un guión maduro,
que no denuncia a un autor primerizo sino que nos presenta a Bentancor
como un lector (y creador) atento y lúcido de narrativa gráfica,
narrativa histórica y narrativa a secas, capaz de acometer una tarea con
oficio e inspiración.
Por supuesto que el arte de Dante Ginevra colabora mucho a la hora de elevar a Cardal al pedestal de las tres o cuatro mejores novelas gráficas publicadas en Uruguay en los últimos años (sin haber leído Dengue, el reciente estreno de la dupla Santullo/Bergara, arriesgaría mi canon personal bajo los siguientes nombres: Ranitas, de Nicolás Peruzzo, Valizas, de Santullo/Marcos Vergara, Acto de guerra, de Santullo/Bergara y, ahora, Cardal, dejando en un lugar aparte pero no menor Aloha, la
obra de corte más experimental publicada el año pasado por Maco -y lo
experimental aquí me hace dudar si calificar a este libro de "novela
gráfica"); visceral, terriblemente expresivo y virtuoso en el uso de la
mancha y en la expresividad casi minimalista en los rostros y cuerpos de
los personajes. Las viñetas en que se toma el leit motiv gráfico de los
cardos, por ejemplo, son una muestra fascinante del buen hacer de
Ginevra, así como también ciertos momentos de la batalla, en la cuarta
sección del libro.
Bentancor acertó especialmente en la estructura que dio a la novela; en
la primera sección entramos a la acción a través de dos personajes
marginales y hasta cierto punto antiheroicos (especialmente el más
oscuro de los dos, que lleva el nombre -terrible- de "Almamala" y a lo
largo de la narración dice poco más que "puede ser, puede ser") presos
por robo de caballos, que son convocados a acompañar -en tanto buenos
jinetes y conocedores de la zona del cardal, en las afueras de la vieja
Montevideo- a dos soldados en una misión de reconocimiento. Uno de los
soldados, en busca del espejismo de la gloria (lo cual claramente
establece una primera oposición entre esa actitud y la de los ladrones,
en particular Almamala), ataca casi sin pensar a los ingleses y paga
semejante acción temeraria con su vida, la de su compañero y la de
Morales, el otro convicto. Almamala escapa y regresa a Montevideo para
anunciar la llegada de los ingleses; no volvemos a verlo hasta el final
de la segunda parte, cuando se pierde entre las sombras (otro gran
ejemplo de simbiosis entre el guión y el arte, en particular el alto
contraste del trabajo de Dante Ginevra), y reaparece al final de la
cuarta y última sección. La tercera parte sigue a un chico,
adecuadamente llamado Lázaro, a quien se le ordena permanecer en una
propiedad vigilándola pero opta por desobedecer y lanzarse a la batalla.
Aquí se vuelve especialmente interesante como se mueven en Cardal
distintas aproximaciones a lo que podríamos llamar el "hecho heroico" o
el llamado del "deber" hacia la patria: tenemos a los soldados que
intentan aprovechar una oportunidad mal entendida y pagan con su vida,
al niño que siente que no puede perderse la ocasión de probar su hombría
en una batalla, al médico que arriesga su vida para cuidar a los
heridos, al burgués respetado y adinerado que "ordena" a sus sirvientes
un desempeño valeroso, etc.
Las narrativas de las primeras tres secciones son claras, lineales; en
la cuarta, la de la batalla, la acción parece estancarse en el caos de
la batalla; el trabajo de manchas de Ginevra pasa al frente y pasea al
lector por los horrores del conflicto (en este sentido es especialmente
brillante el trabajo en la página 61); en los últimos momentos del
enfrentamiento, al borde de la derrota oriental, la trama parece
encauzarse de nuevo, ahora en la historia de Lázaro, que, en las últimas
páginas, se unirá a la de Almamala, cerrando la novela a la perfección.
Cardal es otro acierto para sumar al catálogo de Grupo
Belerofonte; leído desde la línea de historietas históricas (las
entregas sucesivas de Bandas orientales, Historiatas, Acto de guerra, Los últimos días del Graf Spee, La isla elefante)
es un buen ejemplo del nivel alcanzado por esa provincia del territorio
historietístico uruguayo, que ya ha logrado consolidarse en obras de
excelente factura y competencia. Leído desde la narrativa (gráfica o
estrictamente verbal) de Bentancor es una confirmación del interés del
autor por la relación entre historia y ficción (visible por ejemplo en El despenador)
y, además, por la creación de tramas sólidas y llevadas con buen pulso y
economía de medios. Por otro lado, desde la "historia a secas", Cardal es un buen ejemplo de lo que Santullo, en su prólogo a Los últimos días del Graf Spee,
llamó "fidelidad a la historieta": la estilización de los "verdaderos"
hechos del Cardal funciona perfectamente dentro de los límites de una
novela gráfica con la extensión de la que nos proponen Ginevra y
Bentancor; de hecho, la apuesta del guionista por no aportar elementos
parahistorietísticos al estilo de Alejandro Rodríguez Juele en La isla elefante (o de Alan Moore en Watchmen y La liga de caballeros extraordinarios,
para poner dos ejemplos consabidos) refuerza su visión de una narrativa
gráfica e histórica sobria y minimalista. Todas estas coordenadas
colocan a Cadal, para concluir, entre los mejores relatos
gráficos aparecidos desde fines de la década del 2000 y lo que podríamos
llamar el "renacimiento de la historieta uruguaya".
Publicada en Partículas Rasantes el 23 de mayo de 2012
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