Repeticiones
Sin duda son los
textos de la última etapa discernible en la obra de Mario Levrero los que más
atención crítica han recibido últimamente; así, lecturas de La novela luminosa y El discurso vacío son en líneas
generales más fáciles de encontrar en coloquios y publicaciones críticas que
textos sobre Todo el tiempo o Los muertos, por dar dos ejemplos de esa
zona intermedia de imaginación overdrive que
hace, en la opinión de quien esto escribe, a lo mejor del escritor uruguayo.
A la vez, hay ciertas
producciones que permanecen en una suerte de zona oscura; por ejemplo, las Irrupciones –publicadas originalmente en
la revista Postdata– apenas han visto
más que una mención o nota a pie de página, aunque su suerte editorial no deba
ser contada entre las peores del corpus completo,
en tanto circulan por ahí todavía tres ediciones (la original de Cauce y más
dificil de conseguir, la francamente fea pero completa de Punto de Lectura y la
más bella a cargo de Criatura Editora), a diferencia de lo que pasa con obras
como Ya que estamos. O, para arribar
al objeto de esta reseña, las historietas, que hasta la llegada de Historietas reunidas de Jorge Varlotta no
eran precisamente fáciles de encontrar.
El libro, en ese
sentido, es sin duda un acontecimiento a celebrar por todos los lectores de
Levrero y, de paso, también por aquellos interesados en la evolución de la
historieta rioplatense. Si bien no equivale a “historietas completas de Jorge
Varlotta” (faltan, por ejemplo, producciones tan interesantes como la
adaptación de Kafka titulada “Una confusion cotidiana”, dibujada por Catherine
Flagothier y publicada en El Dedo en
1983, o, acaso más extrañamente, “Confusión en la serie negra”, dibujada por el
gran Sanyú y publicada en la mítica revista Fierro
en 1986), reúne lo más importante de lo publicado por Levrero en los
territorios del noveno arte, es decir las dos series para las que aportó sus dibujos Lizán: Santo Varón y
Los profesionales, ambas publicadas
también en forma de libro (por Ediciones de la Flor en 1986 y por Puntosur en
1988, respectivamente).
Las coordenadas estéticas de ambas series
son las mismas: se trata de tiras humorísticas –dibujadas con mínimo de trazos
y máximo de expresividad por Lizán– que hacen un uso marcado de las
reiteraciones y los silencios. Es interesante, en esa línea –comentada de
manera espléndida por Federico Reggiani en su artículo “El sujeto inmóvil: las
historietas de Jorge (Mario) Varlotta (Levrero)”, publicado en el compilado Escribir Levrero e imprescindible a la hora de acercarse al planetoide
historietístico de Levrero–, pensar en el rechazo levreriano a la historieta
europea “de autor”, que lo llevó a decir “no me gustan las contemporáneas, la
mayoría son con dibujos muy pretenciosos y argumentos pobres, repetitivos o
incoherentes. Las de Moebius son el paradigma de lo que detesto en historieta”
(de la entrevista “Espacios libres”, por Saurio, compilada por Elvio E.
Gandolfo en Un silencio menos, publicado
en 2013 por la editorial argentina Mansalva, p.157). Dejando de lado la
pretenciosidad del dibujo (que, convengamos, es algo difícil de precisar), es
curioso que lo pobre, lo repetitivo y lo incoherente sea moneda corriente entre
las historietas de Levrero, y que no se trate necesariamente de algo negativo.
No sabemos qué pensaría Levrero de la obra de Brian Eno, pero acaso
sintonizaría con el lema “la repetición es una forma de cambio” (tomado de las
“Estrategias oblicuas” del inglés, un set de cartas con instrucciones para
zafar de un bloqueo negativo), una buena puerta de entrada a Los profesionales, con sus dos o tres
chistes reiterados una y otra vez con variaciones mínimas, o de las viñetas
idénticas y silentes que se repiten varias veces en cada página de Santo Varón. A la vez, hay notoriamente
una pobreza deliberada y logradísima en el dibujo de Lizán, que viene de alguna
manera a perfeccionar los intentos amateur
del propio Levrero. Algunos de estos llegaron a ser publicados: en la zona
édita de Historietas reunidas de Jorge
Varlotta, entonces, aparecen las tiras de “El llanero solitario” (que
originalmente se titulaban “Almas en subasta”), que, en rigor, apenas se
justifican apelando a un interés por la obra total del autor, digamos, o por cierta ternura simpática.
En esa línea, está claro que casi todas las
historietas inéditas funcionan ante todo como un campo donde buscar indicios de
la obra más lograda de Levrero –y por eso es también curioso que no haya sido
compilada “Confusión en la serie negra”, título que aparece repetido de manera
casi idéntica en uno de los cuentos de El
portero y el otro y que sin duda aporta no pocas claves a ciertos
procedimientos de apropiación y reelaboración de elementos de la novela popular
y la cultura de masas en la obra levreriana–,
aunque tanto “La nueva lógica” (con su estética sesentosa envejecida), “Las
aventuras del ingeniero Strúdel” y “Nuevas aventuras del ingeniero Strúdel –estas
últimas en rigor sólo parcialmente inéditas– logran convertirse en lo más
interesante del libro, en gran medida por su ímpetu experimental en cuanto a la
articulación de las viñetas (ver, por ejemplo, las páginas 79 y 82, que, para
contextualizar la obra de Levrero en el medio historietístico local y contemporáneo,
parecen dibujadas por una Maco pasada de LSD). En esta línea, uno de los más
notorios aciertos del libro es la inclusión de “Nuevas aventuras del ingeniero
Strúdel” como una pequeña separata.
Desaciertos
Es una pena que el libro –que en cuanto objeto
es sin duda atractivo– adolezca de una serie de defectos importantes. Acaso el
más flagrante sea la aparente falta de edición: las historietas son presentadas
en orden cronológico y con una serie de notas mínimas, pero estas (una, la
mejor, escrita por Lizán, las otras por los editores del libro) aportan una
información insuficiente en el caso de las éditas y desaparecen por completo en
tres de las zonas acaso más enigmáticas, que serían “De los elefantes y sus
aconteceres” –mencionada en Mario Levrero
para armar, el libro de Jesús Montoya Juárez–, “El infierno de la vista” –cuyo
título recuerda a los “Cuadernos del infierno” a los que Levrero alude en la
entrevista “La hipnosis del arte”, a cargo de Elvio Gandolfo, recogida en el
libro mencionado más arriba, p.19–, y “La nueva lógica”. Es cierto que el libro
no está propuesto como una edición crítica, pero un poco más de precisión
bibliográfica parece necesaria dada la naturaleza de “rescate” del proyecto. Por ejemplo, en las páginas 198-201 son reiteradas las tiras que aparecen en las 138-141; se aclara al margen de las primeras que fueron publicadas en Superhumor nº31, de septiembre de 1983, y de las segundas que aparecieron en El dedo en enero del mismo año. Cabe preguntarse por qué la reiteración -las tiras son idénticas: menos intensa la tinta en las segundas, nada más-, si valía la pena hacerlo solamente porque remiten a dos publicaciones distintas y, en último caso, aceptada la "necesidad" de reiterarlas, por qué aparecen la publicadsa en enero después de las publicadas en septiembre. El libro, lamentablemente, no incluye aclaración alguna a este tipo de interrogantes.
A la vez, los dos prólogos incluidos –uno
de Leo Maslíah, el otro de Lizán– operan ante todo en esa zona anecdótica que
tan frecuentemente se apodera de los eventos y las publicaciones relacionadas
con Levrero; es cierto que Maslíah es un autor de la casa (ha publicado algunos
libros con Criatura, es decir) y que eso facilita que se recurra a su pluma,
pero no menos evidente es que una y otra vez se recurre no a un experto en los
textos en cuestión (y en el caso de las historietas Reggiani es ineludible)
sino a un amigote de Levrero, de la misma manera que en mesas redondas y
prólogos parecen rotar los mismos Gandolfo, Polleri, Maslíah y Souto de
siempre. Es sin duda más que valioso escuchar ese anecdotario, pero lo que
termina por pasar es que eso es prácticamente lo único que se dice sobre Levrero, como si quedara implícita una
suerte de verdad definitiva accesible únicamente por quienes lo conocieron personalmente
(este gesto es notorio, por ejemplo, en el prólogo de Polleri a la edición de
Criatura de Irrupciones).
En cualquier caso, no cabe duda que lo que
pueda decir Lizán es más que bienvenido, en tanto se trata de uno de los
implicados en el libro; en el prólogo de Maslíah –donde no aparece nombrada
ninguna de las historietas incluidas y apenas se alude específicamente a las
dos ilustradas por Lizán–, en cambio, no hay otra cosa que un par de anécdotas,
la idea de que hay dos regiones en la obra de Levrero la más narrativa y la más
experimental, digamos (y que las historietas pertenecen a esta última), y otra
apelación a ese club selecto de amigotes o primeros lectores legitimados
(“…tanto a los levrerianos de la primera hora como a los que necesitan la firma
de un autor reconocido”). Es realmente una pena que dos carillas del libro se
hayan perdido en un texto de estas características, cuando justamente es tanta
la información que falta en el resto
de las páginas.
¿Será entonces que, en el fondo, los
editores, más que interesarse por las historietas de Levrero, buscaron apenas regodearse
en la idea de lanzar al mercado un libro lujoso y caro que ostentase –como en
la contraportada de éste– las palabras “Levrero” e “inéditas”? Quizá la
respuesta –una amarga, digamos– sea que, en el fondo, no es de verdadera
importancia la obra historietística de Levrero. Pero incluso si se pensase así
–y no es en el fondo un pensamiento desatinado: sacando lo mejor de Los profesionales y Santo Varón el resto parece importar sobre todo en relación a la otra obra de su autor– era menester una
edición al menos un poco más comprometida.
Publicada originalmente (en una versión recortada) en La Diaria el 20 de marzo de 2017