jueves, 9 de agosto de 2012

Bernardina hacia la tormenta, Matías Castro & Daniel González

Ya he escrito en otras oportunidades sobre el aparente "boom" del comic histórico en Uruguay; si bien las comillas pueden llevar a pensar en términos de escala, es cierto que la temática histórica representa en este momento una tendencia especialmente fuerte dentro de la historieta local. Libros como Los últimos días del Graf Spee, La isla elefante, Acto de guerra, la serie Bandas Orientales, Valizas, Historiatas y Cardal son ejemplos claros de la fortuna del género histórico en el comic uruguayo, especialmente teniendo en cuenta su éxito más o menos general de crítica e incluso de público (por no mencionar el apoyo brindado por el estado desde los Fondos Concursables). En algún momento también intenté pensar alguna posible explicación para este fenómeno: quizá la relación de la historieta con las diversas formas de legitimación (ante todo como garantía o boost de visibilidad) haya terminado por generar un lugar en el que esa legitimación o validación opera tomando prestada cierta aura de "seriedad" (o interés del lector) al discurso histórico. En cualquier caso, 2011 o incluso 2012 han sido años ideales para proponer editorialmente historietas históricas, y Bernardina hacia la tormenta, de Matías Castro y Daniel González, aporta a la discusión sobre esas pautas de legitimación, sobre el lugar de lo histórico en las expectativas del público lector y sobre el balance historia/historieta -o historia/relato- en el comic histórico, algo que Rodolfo Santullo, en sus notas a Los últimos días del Graf Spee (novela que, por varias razones, impulsó el éxito del comic histórico local) convirtió en un problema de fidelidad a la historia o fidelidad a la historieta.
Para empezar, Bernardina... incluye -yendo en este sentido más allá de La isla elefante- un extenso apéndice donde el guionista Matías Castro ofrece un relato de su relacionamiento con la historia a la hora de escribir el guión. Se nos habla del por qué de ciertas decisiones, se mencionan fuentes bibliográficas y se aporta, además, un marco interpretativo, una línea de lectura del libro o una suerte de explicación de lo que un relato de la Redota sigue ofreciéndonos a los uruguayos, que hemos visto una sucesión de éxodos desde entonces, el último de ellos motivado por la crisis del 2002, como argumenta Castro en su apéndice. Hay algo, sin embargo, de justificación, de búsqueda evidente de esa legitimación o "respetabilidad"; una de las cosas que termina impresionando del libro (un poco gracias a esa desnudez del apéndice) es la importante investigación llevada a cabo por el guionista. Los lectores invariablemente deberán considerar "serio" a un trabajo de ese género, y  Bernardina... sin duda lo es. Aquí Castro opera dentro de las pautas de exigencia y minuciosidad de sus trabajos anteriores de investigación periodística: libros como Las dos muertes de Dionisio Díaz y Casacuriosos, trabajos que, más allá de sus evidentes diferencias, se estructuran en torno a un trabajo de investigación y divulgación. En ese sentido, insisto, el trabajo de Castro es irreprochable; el fallo de Bernardina..., sin embargo, es otro, u otros.
Para empezar, es fácil detectar ciertas desprolijidades en el guión, como la tendencia a que el narrador repita redundantemente lo que nos muestra la imagen en la viñeta. Por ejemplo, en la página 42, la tercera viñeta lleva la narración "Viriato mira a Ezequiel y le habla de Melitón. Ezequiel le presta mucha atención", y la ilustración muestra precisamente eso; la expresión facial del personaje en la viñeta siguiente, incluso, funciona perfectamente como indicador de esa atención recalcada por el narrador. En ese mismo episodio (de hecho en la página siguiente), se lee desde la narración que "Viriato y Ezequiel se sientan sobre un par de piedras grandes que están junto a Don Melitón", y la viñeta representa precisamente a Viriato y Ezequiel sentados sobre un par de piedras grandes que están junto a Don Melitón. Esa narración, por supuesto, era innecesaria, y su inclusión redudante, cabría argumentar, entorpece la lectura.
También lo hacen las abundantes llamadas a pie de página (o pie de viñeta en algunos casos), que en un par de ocasiones, además, son casi ilegibles, probablemente por un descuido a la hora de diagramar las páginas (y en mi opinión habrían resultado mucho más cómodas en un glosario ubicado en las últimas páginas del libro). Funcionan en general como aclaración de términos o expresiones de la época, pero no sólo en algunos casos son innecesarias (no soy para nada conocedor del español de la Banda Oriental a principios del siglo XX, pero en la gran mayoría de los casos me resultó fácil entender los términos y expresiones por el contexto), o decorativas, sino que subrayan de alguna manera una pretensión didáctica del libro (o, mejor dicho, a la compulsión del libro por "ser entendido", por generar una comprensión desde el lector de esas marcas tan visibles de lo histórico), que termina asociada a su apéndice en un desplazamiento del relato a un lugar de menor importancia. Y ese, quizá, sea el mayor defecto de Bernardina...; los hechos se nos ofrecen como relevantes e interesantes en tanto son parte de una narración histórica consagrada por la historia y la construcción de la nacionalidad "oficiales" (o, mejor, la construcción de esos hechos desde la mirada de la gente que marchó con Artigas); en sí mismos sólo tenemos una tormenta fuerte, el paso de unos ríos y un par de acontecimientos que podrían haber resultado más interesantes pero que carecen de mayores consecuencias narrativas. La aparición de dos saqueadores o bandoleros -al comienzo de la segunda parte del libro-, por ejemplo, podría haber generado situaciones de tensión narrativa, desafíos a los protagonistas o incluso peligros; nada de eso sucede, porque la reaparición de esos dos saqueadores -al principio de la tercera parte- los muestra detenidos y a punto de ser fusilados. Del mismo modo, la visita de Viriato y Ezequiel a Don Melitón parece sugerir un eventual episodio en que Ezequiel deba apelar al conocimiento que le transmite el sanador a lo largo de al menos dos páginas, cosa que después no sucede (de hecho, en el apéndice el propio Castro reconoce que ese episodio es una "digresión"). No estoy implicando que necesariamente todos los episodios deban tener consecuencias narrativas claramente legibles: simpemente apunto a que en Bernardina... los acontecimientos están presentados como pequeñas anécdotas más o menos aisladas en tanto su vínculo es el movimiento por el territorio (cabría argumentar que eso es lo que puede esperarse de una narrativa sobre el Éxodo, pero no por ello se la vuelve más interesante, especialmente teniendo en cuenta las 80 páginas de la novela gráfica, que para el contexto de la historieta local no es poco) y poco más.
Podría pensarse en el proceso de "maduración" de Ezequiel, niño expuesto a penurias y al conocimiento trasmitido por sus mayores, entre ellos el prudente Viriato, pero no hay un trabajo realmente notorio en el tratamiento de este personaje, no hay un cambio visible entre su primera aparición y la última (ambas jugando, de hecho). Atendiendo a los otros personajes, además (los más delineados, es decir Viriato y Bernardina), parecería que el éxodo no los cambia, no hace mella en ellos más allá de imponerles un momento dificil y trabajoso.
En cualquier caso, los acontecimientos narrados (esos momentos difíciles y trabajosos, digamos) no terminan siendo percibidos más que como cuentas en un collar, en lugar de momentos de diverso relieve estructural un relato más amplio. Es posible que ese haya sido el propósito del guionista, por supuesto, pero en tal caso también cabría señalar que algunos de los acontecimientos -con la excepción de la tormenta-, no terminan más que diciéndole al lector lo que ya sabe o imagina: que no debe ser fácil atravesar un rio en carreta, que el Éxodo estuvo lleno de penurias, etc. Terminada la parte gráfica del libro queda la sensación de poca cosa, lamentablemente. Y el apéndice hace pensar que a Castro le importó más investigar en una serie de libros de historia (y presentar al lector las "pruebas" de ese interés y ese trabajo) que armar un relato interesante en sí mismo, independiente de lo que el lector ya sabe de los hechos del momento histórico representado. El interés de Bernardina..., entonces, (más allá del arte de Daniel González, que alcanza momentos de gran esplendor, por ejemplo a lo largo de la secuencia de la tormenta, que es claramente la mejor del libro) parece existir sólo de un modo inseparable a su condición de relato histórico. Es verdad que quizá no otra cosa pretendió Matías Castro, pero también es fácil pensar que oportunidades de armar un relato interesante en sí mismo fueron desperdiciadas o dejadas de lado.
Y esto nos lleva a preguntarnos qué busca el lector de comic histórico en Uruguay, ¿una simple "ilustración" de hechos que ya conoce más o menos bien? ¿Un rescate -en historieta- de asuntos más o menos dejados de lado por los grandes relatos (como sucede en Historiatas)? ¿Una narrativa interesante más allá de sus vínculos a la historia (como en Los últimos días del Graf Spee)? ¿Una fusión equilibrada de lo histórico y lo historietístico (como en La isla elefante)? Lo que sí es fácil responder es que la oferta es variada y que todas esas posibles demandas están satisfechas por algún libro, incluyendo Bernardina hacia la tormenta.

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