¿Quién
afeita al peluquero?
Mucho se ha hablado y se hablará de las
posibilidades didácticas de la historieta; los responsables de Bandas orientales, el comic nacional
dedicado a exponer hechos clave de nuestra historia, por ejemplo, suelen
destacar las posibilidades de su trabajo a la hora de aportar a la enseñanza de
la historia en primaria y secundaria, y evidentemente es fácil mostrarse de
acuerdo con sus apreciaciones. A la vez, también está claro que el público al
que la apunta la historieta de no ficción no ha de ser exclusivamente el de los
niños en edad escolar.
Recientemente han sido distribuidos en
Montevideo dos comics, Cosmicómic y Logicómix, que indagan en las
posibilidades de la historieta como forma de divulgación científica y
filosófica. Ambos, sin embargo, eluden el perfil de una exposición directa de
determinados contenidos y optan –quizá tramando a la vez una declaración de
corte metahistorietístico o una suerte de poética de la historieta de no
ficción– por presentar narrativas, biografías o historias de la ciencia y la
lógica. Eso está especialmente claro en Cosmicómic,
que cuenta momentos de la vida de los científicos que formularon, a lo largo de
cuatro décadas, los fundamentos de la teoría del Big Bang, a la vez que opta
por no dedicar demasiadas viñetas a la exposición dura (o más o menos dura) de
la teoría.
Algo parecido pasa con Logicómix, aunque esta novela gráfica es cientos de veces más
valiosa que Cosmicómic y sus méritos
trascienden la divulgación científica (o lógica o biográfica). El guión está a
cargo del escritor griego Apostolos Doxiadis, autor de la deliciosa novela El tío Petros y la conjetura de Goldbach, con
la colaboración del matemático y programador Christos H. Papadimitriou,
mientras que las ilustraciones quedaron a cargo de Alecos Papadatos y Annie di
Donna. Solamente el trabajo de los dos últimos convierte al libro en una verdadera
maravilla; la expresividad de los trazos y el talento para la narración visual
son más que evidentes, a la vez que el color es sencillamente bellísimo. Los
mejores ejemplos de la conjunción del trabajo de Papadatos y di Donna pueden
encontrarse en la página 203, en las dos que la siguen y, especialmente, en la
reproducción historietística de una función teatral entre las páginas 309 y
314, en las que no sólo encontramos una narración brillante de lo que está
siendo representado sobre el escenario sino que se aportan las reacciones y comentarios
de ciertos personajes, armando un ritmo vertiginoso.
En
varios niveles
Es difícil elegir dónde empezar a comentar
los aciertos de este libro. Si optamos por la mencionada representación
teatral, encontramos que en ella se conjugan al menos dos niveles de la
ficción: el de la obra teatral en sí (La
Orestíada) y el de los espectadores, además de un nivel no construido pero
posible y pensable: el de las posibles relaciones (que viven en el proceso de
lectura, claro está, en sus opciones) entre lo que se muestra allí y lo que se
leyó anteriormente. Pero, además, los espectadores que comentan y se maravillan
con la obra son los equivalentes historietísticos de los autores del libro,
Doxiados, Papadimitriou, Papadatos y di Donna, por lo que es necesario añadir otro
nivel de representación. Así, Logicomix –cuyo
tema, en última instancia, es la lógica– propone un sistema complejo en el que
podemos distinguir el nivel de la narración del trabajo de sus autores (con
numerosas rupturas de la cuarta pared), el “tema” en sí del libro (la vida de
Bertrand Russell) y la obra de teatro que culmina la novela. Pero también
podríamos pensar en los relatos dentro de los relatos (Russell cuenta su vida a
un auditorio, y en esa vida hay historias a su vez contadas por él y por otros)
y el posible sistema de relaciones (metafóricas, conceptuales, explicativas,
demostrativas) entre esas narraciones. La creación de sentido en Logicomix, entonces, depende de un
sistema complejo, de múltiples niveles. Esto, a su vez, es quizá isomórfico
con, es un modelo de, la lógica como disciplina.
Por supuesto que la lógica ha tenido como
tarea la creación, reparación y mantenimiento de sistemas formales y la
regulación de las posibilidades de saltar entre niveles de esos sistemas. Un
ejemplo sencillo sería el de quien encuentra una lámpara mágica y le pide al
genio, como primer deseo, que le sean concedidos quince deseos más (o, si se
quiere complicar las cosas, que su deseo no se cumpla); podemos pensar que
existe un nivel básico, entonces, el de los deseos formulados, y otro nivel por
encima, en el que se habla de los deseos, y ambos niveles se confunden en un
deseo sobre deseos. O, dicho de otro modo, hay deseos comunes, que solicitan
cosas que no tienen que ver con deseos, y hay también metadeseos, que tienen
como objeto otros deseos. Un genio que no quiera volverse loco, entonces,
debería prohibir los metadeseos.
¿A qué viene todo esto? A ilustrar una de
esas relaciones “metafóricas” entre cosas que pasan en los distintos niveles de
Logicomix. Porque parte del mayor
aporte de Bertrand Russell a la lógica pasa por cosas como “prohibir los
metadeseos” o por establecer ese tipo de “leyes”. Una buena porción de su argumento
pasa por la llamada “paradoja de Russell”, que puede ser expuesta de varias
maneras. La más fácil es la del peluquero, que encontramos desarrollada en la
página 336 de Logicomix: hay un
pueblo con un único peluquero, y ese
peluquero trabaja bajo la ley real de que todos
los hombres deben ir afeitados y el peluquero debe afeitar a aquellos que no puedan
afeitarse por sí mismos; ahora bien, ¿qué hace este peluquero? Si, como
peluquero, se afeita, queda claro que es
capaz de afeitarse por sí mismo, por lo que no debería afeitarlo el
peluquero. Pero el peluquero es él. Y si no se afeita él mismo, debería
afeitarlo un peluquero, pero él es el único disponible. Y la ley dice que debe ir afeitado. La formulación más
estricta de Russell habla de “conjuntos que se contienen a sí mismos” y
“conjuntos que no se contienen a sí mismos”, y plantea la pregunta tramposa de
“el conjunto de los conjuntos que no se contienen a sí mismos… ¿se contiene a
sí mismo?”. Dejo al lector el quebradero de cabeza.
El hecho de que pudiera detectarse un fallo
lógico en la teoría de conjuntos (formulada en la década de 1870 por Georg
Cantor y Richard Dedekind) puso en evidencia la necesidad de un sistema formal
a prueba de paradojas, cuya creación acometería Russell junto a Alfred North
Whitehead. El resultado fue el primer volumen del monumental Principia Mathematica (no confundir con
la obra de Newton: Principia Mathematica
Philosophiae Naturalis), que intenta formalizar la aritmética entendida
como base o cimiento de toda la matemática y la lógica. Una excelente
exposición del funcionamiento de este sistema formal puede encontrarse en Gödel, Escher, Bach, el clásico de
Douglas R. Hosftadter, que comenta con especial detalle por qué el objetivo de
Russell y Whitehead fracasó, dado que el sistema formal propuesto como
consistente (es decir que todos sus teoremas son verdaderos en virtud de los
axiomas y las reglas de inferencia) y completo (que todas las proposiciones
verdaderas pertenecen al sistema) también contiene –también debe contener, por su formulación
esencial– paradojas y situaciones indecidibles. Es decir: ningún sistema puede
ser completo y consistente, según fue demostrado por Kurt Gödel en 1931.
De alguna manera, esa derrota, la
inevitable a la hora de crear un sistema completo y consistente de la
matemática y la lógica (en el que todos sus postulados son demostrables desde
un conjunto de axiomas y reglas de inferencia, por lo que todas sus
proposiciones son verdaderas, y en el que ninguna proposición verdadera deja de
ser demostrable), es el eje de la apasionante biografía de Bertrand Russell
propuesta por Logicomix. Pero hay
más: el libro deliberadamente fracasa (o puede leerse como un fracaso) por no
ser completo –lo sugiere uno de sus personajes/autores– y narra el fracaso del
sistema de Russell; además, y para dejar claro su mecanismo autorreferencial,
se vuelve una metahistorieta en tanto sus páginas una y otra vez discuten qué
se puede hacer, decir y contar con viñetas y globitos.
Locura
y muerte
Claro que podemos pensar en otras lecturas
y, por lo tanto, otros ejes. La novela gráfica de Doxiadis y Papadimitriou hace
especial hincapié en la locura o el miedo a la locura, y presenta las historias
de célebres matemáticos y lógicos que terminaron sus días padeciendo alguna
enfermedad mental, esquizofrenia y/o depresión, entre ellos Georg Cantor y
Gottlob Frege, además del hijo de David Hilbert y Kurt Gödel, quien en sus
últimos años padeció una paranoia tan acusada que lo llevó a morir de inanición
por miedo a ser envenenado. La “locura”, que también es presentada como una
marca quizá hereditaria de la familia de Russell, aparece de alguna manera
expuesta en una contradicción o paradoja: por un lado el proyecto de
reconstruir los “fundamentos de la matemática” es notoriamente una manera de apuntalar
la razón y evitar los errores inevitables para el tratamiento de los problemas
de la existencia y el pensamiento en la lengua natural, y por otro es una
posible “causa” de la enfermedad mental en quienes abocan su vida a la
resolución de sus problemas.
Del mismo modo que con Cosmicómic y la teoría del Big Bang, la lógica no es “explicada” en
cuadritos, o lo es mínimamente. Logicomix,
de todas formas, incluye un interesante glosario donde algunas de las ideas son
expuestas… eso sí, como prosa. Pero esto, que podría pensarse como un punto
débil del libro o incluso una forma de fracaso, ya está planteado, como señalé
más arriba, por los personajes: la versión historietística de Papadimitriou, de
hecho, le critica a Doxiadis su reticencia a “explicar” más. El libro,
entonces, se critica a sí mismo. Sus autores, en un salto de nivel que haría
las delicias de Borges y que parece hacerse eco de aquél pasaje del Quijote donde se examina la biblioteca
del hidalgo y se encuentran –y juzgan– libros de Cervantes, comentan el libro
que están escribiendo y que, mágicamente, los contiene. Esta paradoja, entonces,
se vuelve isomórfica con la de lo narrado: la de la argumentación de Gödel (que
se basa en rupturas de nivel y en afirmaciones que hablan de sí mismas), y la de
la vida del propio Russell, quien apostó por la lógica para dar coherencia a la
vida, precisamente una lógica de la que, en gran medida gracias a los esfuerzos
del propio Russel a la hora de crear el sistema formal de los Principia, se probó que las paradojas y
contradicciones eran inevitables.
En síntesis: pocas veces se reúnen en una
novela gráfica tanta inteligencia en el guión y tanta belleza en las
ilustraciones. Logicómix es, en ese
sentido (y no solo en ese), un libro imprescindible.
Publicada en La Diaria en enero de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario