En 1979 la escritora británica Angela Carter publicó The bloody chamber and other stories (hay traducción al español: La cámara sangrienta,
ediciones Minotauro), en la que los cuentos de hadas tradicionales eran
revisitados para, al decir de su autora, más que ofrecer "versiones"
diferentes (más adultas, más crueles, más viscerales), "extraer el
contenido latente en las historias tradicionales"; una manera de leer
esta afirmación de la genial Angela Carter es postular una reacción
contra la simplificación y pauperización (a la Disney, digamos) de los
cuentos de hadas tradicionales visible en las obras propuestas como
historias moralizantes en un contexto pensable como represor (las
versiones de Perrault, por ejemplo). A la vez, es tentador abordar la
lectura de Pinocchio (Vincent "Winshluss" Paronnaud, 2010) desde esta perspectiva.
Más
allá de que una evidente diferencia entre el libro de Angela Carter y
el de Winshluss es que los referentes de la primera son tradicionales,
folklóricos, y que el del segundo es una obra literaria, publicada entre
1881 y 1883 y firmada por Carlo Collodi, la lectura del Pinocchio
de Winshluss -cruel, amargo, desolador, brillante, directo e
inolvidable- también señala la mediación de la película de Walt Disney
de 1940, y en cierto modo podemos pensar a esa producción como la matriz
desde la que Winshluss deriva su obra, para la que también rige la
observación de Angela Carter sobre el "contenido latente" de la trama.
El Pepito Grillo (Jiminy Cricket) de la película de Disney se convierte
aquí en una cucaracha que representa todo lo contrario a la moralina
para niños -amplificada por Disney- de la novela de Collodi: es un
escritor frustrado y mediocre (tras leer a Dostoievsky decide que no
deberá escribir más, en tanto su modelo es insuperable) que pasa el
tiempo bebiendo y viendo televisión y que vive del seguro de paro; es su
irrupción a la hueca cabeza del robot Pinocho (Gepetto aquí es un
inventor ridículo, casado con una puta vieja, que crea un autómata para
vendérselo al ejército) la que aporta la "individualidad" del
protagonista, un giro evidente a la idea de "voz de la consciencia" que
el grillo encarnaba en la película de Disney (no así en la novela de
Collodi, donde tiene un papel más marginal): Pinocho sale al mundo a
vivir -impasiblemente- sus desventuras porque tiene un escritor maldito y
estéril en su mente, podemos leer, evidenciando de paso la serie de
articulaciones y giros que Winshluss propone sobre la matriz de
Disney/Collodi.
Es cierto que por muchas páginas parece que el
mecanismo se repite un poco ciegamente, lo que sería la única crítica
más o menos sólida que podría hacerse a esta novela gráfica. El pez
gigante (cachalote en la película) es ahora un mutante producto de la
contaminación radiactiva (un detalle interesante: la obra de Winshluss
oscila libremente entre diferentes ambientaciones
cronológico-tecnológicas: hay desechos nucleares y zeppelins, por
ejemplo), la Tierra de los Juguetes de la novela y la película es un
reino despótico y arruinado donde los niños no se convierten en burros
sino en lobos asesinos (podría escribirse un interesante ensayo sobre la
visión desromantizada y desidealizada de la infancia propuesta desde la
novela de Winshluss), los enanos del cuento Blancanieves (que
hacen una aparición estelar en la novela) son adeptos al S&M y no
piensan en otra cosa que no sea violar repetidamente a la princesa, etc,
etc (la nariz de Pinocho, en un chiste quizá un poco fácil, es de hecho
usada como un consolador por la esposa de Gepetto). Es cierto que el
patrón es fácilmente perceptible y, por tanto, repetido con cierta
monotonía, pero tambíen que, a la vez, de cada reconstrucción de los
personajes originales cabe leer diversos planos de significado que,
indudablemente, enriquecen la obra.
La narrativa es sencillamente
genial. La habilidad de Winshluss para contar estas historias casi sin
palabras, las modulaciones en la estética (desde dibujos un poco a la
Crumb hasta las splash pages más pictóricas) y la naturalidad con la que
intercala subtramas confluyentes y nuevos personajes (el detective, la
pareja de campesinos que pierden su hijo, el negro mendigo y ciego, el
ojo-robot de la fábrica de juguetes), por momentos asombrosa, son
algunas evidentes virtudes del libro, maravillosamente editado por la
casa editora Last Gasp.
Está claro que Pinocchio, pese a
algunas facilidades conceptuales (para nada estériles, de todas formas) y
a su reiterada crueldad que a veces roza el lugar común (como si se nos
repitiera demasiadas veces lo que ya sabemos, que la vida y el mundo
son una mierda), es una obra maestra; se trata, sin duda, de una de las
obras ineludibles de la historieta del siglo XXI: un universo narrativo
en sí misma, rico y desolador, que repele y fascina a la vez, como la
narrativa de Osvaldo Lamborghini.
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