miércoles, 18 de julio de 2012

Pinocchio, Winshluss

En 1979 la escritora británica Angela Carter publicó The bloody chamber and other stories (hay traducción al español: La cámara sangrienta, ediciones Minotauro), en la que los cuentos de hadas tradicionales eran revisitados para, al decir de su autora, más que ofrecer "versiones" diferentes (más adultas, más crueles, más viscerales), "extraer el contenido latente en las historias tradicionales"; una manera de leer esta afirmación de la genial Angela Carter es postular una reacción contra la simplificación y pauperización (a la Disney, digamos) de los cuentos de hadas tradicionales visible en las obras propuestas como historias moralizantes en un contexto pensable como represor (las versiones de Perrault, por ejemplo). A la vez, es tentador abordar la lectura de Pinocchio (Vincent "Winshluss" Paronnaud, 2010) desde esta perspectiva.
Más allá de que una evidente diferencia entre el libro de Angela Carter y el de Winshluss es que los referentes de la primera son tradicionales, folklóricos, y que el del segundo es una obra literaria, publicada entre 1881 y 1883 y firmada por Carlo Collodi, la lectura del Pinocchio de Winshluss  -cruel, amargo, desolador, brillante, directo e inolvidable- también señala la mediación de la película de Walt Disney de 1940, y en cierto modo podemos pensar a esa producción como la matriz desde la que Winshluss deriva su obra, para la que también rige la observación de Angela Carter sobre el "contenido latente" de la trama. El Pepito Grillo (Jiminy Cricket) de la película de Disney se convierte aquí en una cucaracha que representa todo lo contrario a la moralina para niños -amplificada por Disney- de la novela de Collodi: es un escritor frustrado y mediocre (tras leer a Dostoievsky decide que no deberá escribir más, en tanto su modelo es insuperable) que pasa el tiempo bebiendo y viendo televisión y que vive del seguro de paro; es su irrupción a la hueca cabeza del robot Pinocho (Gepetto aquí es un inventor ridículo, casado con una puta vieja, que crea un autómata para vendérselo al ejército) la que aporta la "individualidad" del protagonista, un giro evidente a la idea de "voz de la consciencia" que el grillo encarnaba en la película de Disney (no así en la novela de Collodi, donde tiene un papel más marginal): Pinocho sale al mundo a vivir -impasiblemente- sus desventuras porque tiene un escritor maldito y estéril en su mente, podemos leer, evidenciando de paso la serie de articulaciones y giros que Winshluss propone sobre la matriz de Disney/Collodi.
Es cierto que por muchas páginas parece que el mecanismo se repite un poco ciegamente, lo que sería la única crítica más o menos sólida que podría hacerse a esta novela gráfica. El pez gigante (cachalote en la película) es ahora un mutante producto de la contaminación radiactiva (un detalle interesante: la obra de Winshluss oscila libremente entre diferentes ambientaciones cronológico-tecnológicas: hay desechos nucleares y zeppelins, por ejemplo), la Tierra de los Juguetes de la novela y la película es un reino despótico y arruinado donde los niños no se convierten en burros sino en lobos asesinos (podría escribirse un interesante ensayo sobre la visión desromantizada y desidealizada de la infancia propuesta desde la novela de Winshluss), los enanos del cuento Blancanieves (que hacen una aparición estelar en la novela) son adeptos al S&M y no piensan en otra cosa que no sea violar repetidamente a la princesa, etc, etc (la nariz de Pinocho, en un chiste quizá un poco fácil, es de hecho usada como un consolador por la esposa de Gepetto). Es cierto que el patrón es fácilmente perceptible y, por tanto, repetido con cierta monotonía, pero tambíen que, a la vez, de cada reconstrucción de los personajes originales cabe leer diversos planos de significado que, indudablemente, enriquecen la obra.
La narrativa es sencillamente genial. La habilidad de Winshluss para contar estas historias casi sin palabras, las modulaciones en la estética (desde dibujos un poco a la Crumb hasta las splash pages más pictóricas) y la naturalidad con la que intercala subtramas confluyentes y nuevos personajes (el detective, la pareja de campesinos que pierden su hijo, el negro mendigo y ciego, el ojo-robot de la fábrica de juguetes), por momentos asombrosa, son algunas evidentes virtudes del libro, maravillosamente editado por la casa editora Last Gasp.
Está claro que Pinocchio, pese a algunas facilidades conceptuales (para nada estériles, de todas formas) y a su reiterada crueldad que a veces roza el lugar común (como si se nos repitiera demasiadas veces lo que ya sabemos, que la vida y el mundo son una mierda), es una obra maestra; se trata, sin duda, de una de las obras ineludibles de la historieta del siglo XXI: un universo narrativo en sí misma, rico y desolador, que repele y fascina a la vez, como la narrativa de Osvaldo Lamborghini.

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