Hace unos días, corrigiendo una novela, recordé un argumento en plan
interpretación-muchos-mundos-de-la-mecánica-cuántica que había pensado
(en otro texto) como recurso para trabajar un personaje inmortal: si
realmente existen muchos universos que difieren en inflexiones incluso a
pequeña escala, entonces una persona que murió ayer en un accidente de
tránsito sigue viva en otro universo en el que ese accidente tuvo un
desenlace diferente o en el que los paramédicos llegaron a tiempo y
lograron salvar su vida. Digamos que esa persona que sobrevive entra a
un supermercado años o meses después y, en medio de un robo en proceso,
recibe un balazo en la cabeza y muere instantáneamente. En otro
universo, si la hipótesis de los muchos mundos es correcta, quizá su
posición resultó ligeramente diferente (porque algo lo distrajo, porque
entró al supermercado más tarde, etc) y la bala apenas lo rozó; como
resultado, en ese universo sigue vivo mientras que en el otro ha muerto.
Ante cada circunstancia que redunda en la muerte de esta persona (sea
violenta, casual o natural) cabe imaginar que en otro universo
esa circunstancia es diferente y el personaje no muere; es concebible,
entonces, que por cada muerte existe un mundo en el que sigue vivo, y si
proseguimos indefinidamente este proceso tenemos que concluir que en
algún universo esta persona es potencialmente inmortal.
Anoche, mientras leía daytripper, de los historietistas
brasileños Fábio Moon y Gabriel Bá, pensé que el artificio principal del
libro no era del todo ajeno a mi especulación (aunque el fin -no el
final, quiero decir, el "fin" narrativo de las secuencias- es
completamente diferente, por supuesto; lo que yo había imaginado como un
mecanismo para hablar de la inmortalidad los brasileños lo incorporan a
una reflexión sobre la vida y la muerte, en plan "el misterio de la
vida"). Porque en los sucesivos capítulos de esta novela gráfica, no
ordenados cronológicamente por cierto, el protagonista, llamado Brás,
muere al final: en un accidente de tránsito a los 33 años, electrocutado
a los 11, asesinado a los 32 y a los 38, etc. Por supuesto que en otro universo
no se produjo el accidente que lo electrocutó a las 11, u optó por no
entrar al bar donde lo asesinaron a los 32, y así llegó a vivir para lo
narrado en los capítulos que, cronológicamente, suceden a posteridad de
ese punto de inflexión. Además, la muerte es una constante en la vida de
Brás: por mucho tiempo se dedicó a escribir necrológicas para un
periódico, piezas breves que narraban una muerte y una vida: así, cada
capítulo termina con una necrológica posible para Brás.
Quizá lo mejor de daytripper esté en la evidente "vida" de sus
episodios. Las secuencias nocturnas de Salvador de Bahía, por ejemplo,
son increíblemente expresivas, tanto que la noche dibujada en las
viñetas parece agigantarse para abarcar al lector y conectar de
inmediato con recuerdos de noches de aire tibio y vibrante. A la vez,
es imposible no conmoverse con las escenas de la muerte del padre de
Brás, del nacimiento de su hijo, de su viaje con su mejor amigo Jorge,
de su vida (y muerte) en la vejez junto a su esposa. Es cierto que
muchas veces esa emotividad se construye a partir de lugares comunes,
pero el propósito del libro parece más cercano a rozar una vida -en el
sentido de "una vida cualquiera"- que apelar a lo extraordinario: o,
mejor dicho, lo que se procura aquí es desnudar lo extraordinario
latente en cada momento irrepetible. Y eso es un buen cliché, por
supuesto, pero al generar tanta belleza gráfica como la que encontramos
página tras página de esta novela gráfica es fácil olvidarlo y pasarlo
por alto, como sucede también con ciertos momentos especialmente
retóricos de la narración (quizá hay una traducción mediante que
erosiona un poco los efectos del lenguaje: no sé si los autores trabajan
desde el portugués y luego traducen o si crean directamente en inglés)
que cabe asociar, después de todo, al lenguaje "periodístico" (en el que
no son escasos los lugares comunes en plan "París, la ciudad luz") con
el que Brás escribe sus necrológicas.
Un gran acierto del libro es su noveno -y penúltimo- capítulo, en el que
la secuencia de muertes posibles (por llamarlas de alguna manera) se
rompe y asistimos a un viaje onírico a través de diversos momentos de la
vida de Brás, que culminan en una idílica playa en la que se pone a
escribir y se presenta como un "soñador". Cabe leerlo como una suerte de
"más allá", en el que el protagonista, ya muerto, accede a los momentos
que integraron la totalidad de su vida y los vive como secciones de un
sueño y conectados a su escritura; a su vez, está al borde de ingresar
de lleno en una suerte de atmósfera de "realismo mágico" que es sugerida
también en el capítulo que transcurre en Bahía, en el que una chica le
dice a Brás que se da cuenta de que él ha soñado con Iemanjá, lo cual es
cierto, y se convierte en el eje de esa muerte, que parece acontecer a
la vez en el mundo de la vigilia y en el de los sueños. Lo
"maravilloso", entonces, no deja de asomar desde lo que podríamos llamar
una "corriente subterránea" que anima daytripper: Brás, por
ejemplo es llamado por su madre "pequeño milagro", dado que nació
durante un apagón y por un momento se temió que no fuese a vivir, pero
apenas empezó a llorar la energía eléctrica regresó al hospital. En
ningún caso se deja atrás el "realismo" (por llamarlo de alguna manera),
pero lo onírico y lo maravilloso-cotidiano asoman por todas partes.
Una nota final: Conversando con Nicolás Peruzzo sobre quién de nuestra generación escribirá Watchmen o Sandman, una hipótesis manejada fue que Moon y Bá quizá lo habían logrado con daytripper.
Tras haber leído el libro creo que no, o que todavía hay que esperar,
no sólo de nuestra generación y sus historietistas sino en particular de
Fábio Moon y Gabriel Bá. No he leído lo suficiente como para decir que
son los mejores historietistas, en cualquier lengua, de su generación
(que es la mía y la de Nicolás), pero que su talento es gigantesco queda
más que claro en daytripper, un libro lleno de maravillas. No es quizá el tipo de obra que configura una época, como lo fue Watchmen
para los ochentas, ni que amplía y desafía el lenguaje de la
historieta, pero sí es un trabajo emocionante y brillantemente ejecutado
que vale la pena leer y releer.
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