miércoles, 2 de julio de 2014

Palabra, Sebastián Santana



Imagen y palabra



Desde el momento en que la escena historietística uruguaya está pautada por proyectos de marcada orientación editorial cabría pensar que el panorama se ha vuelto un poco conservador. Y se puede agregar que de alguna manera está bien que algo así suceda, no sólo porque otros encares del pasado, como la vía más fanzinera, la vía más under o contracultural, fallaron –de diversas maneras, y sin que esto quiera decir que no produjeron logros estéticos de tremenda importancia– en establecer una pauta creciente y evolutiva de producción, distribución y visibilización de las historietas, cosa que editoriales como Belerofonte y Dragón Comics están, notoriamente, logrando en este momento. Sus editores, por decirlo de alguna manera, pensaron también como hombres y mujeres de negocios: apostaron por productos dominados por una estética de la comunicación inmediata, la buena factura narrativa y gráfica y, un poco de la mano de iniciativas gubernamentales como los Fondos Concursables, cierto ímpetu de referirse a temas muy presentes en el imaginario público uruguayo, temas, digamos, “singificativos”. O, dicho de otro modo, el enfoque más orientado a las editoriales favoreció las historietas que hacen de lo estrictamente narrativo y de un arte siempre referencial un valor central. 
 
En esta línea de lectura de la escena historietística local, un libro como Palabra, de Sebastián Santana, adaptación de cinco cuentos de Henry Trujillo, llama la atención de inmediato. Publicado por Belerofonte y financiado por los Fondos Concursables, es, de manera bastante evidente, un título atípico en el prolijo catálogo de la editorial.
 
El primero de los relatos incluidos, basado en el cuento “La fuga”, es probablemente la pieza más narrativa del libro, una historieta silente que parece evocar la estética de la ilustración y la historieta de las últimas décadas del siglo XIX, algo cercano, digamos, al dibujo de The Yellow Kid.
Sigue una adaptación del cuento “Quasimodo”, en una bellísima estética art nouveau en el límite entre la historieta propiamente dicha y la narrativa ilustrada, con una fuerte impronta de los libros para niños de las primeras décadas del siglo XX. A continuación, el cuento “La madre Josefina y el Niño Jesús” le permite a Santana despacharse la mejor sección de su libro, una poderosa recreación en viñetas que evocan grabados y se acercan a la estética de algunas publicaciones asociadas a la Iglesia Católica a mediados del siglo pasado, adecuadamente vinculadas a un relato sobre milagros aparentes y odio. Aquí la narrativa está apoyada, más que estrictamente en las viñetas, en el texto dispuesto por Santana, pero la dimensión del relato por momentos cede (o, mejor, se nutre o dialoga) ante la fuerza expresiva de la tipografía, otro de los grandes aciertos de esta sección.
 
Acaso el momento más arduo del libro es la sección siguiente, que reconstruye el cuento “La mancha” con una estética desoladora e inquietante en la que tipografía, rotulación y texto se funden con el dibujo propiamente dicho para armar páginas cuya dificultad de lectura es, sin duda, parte de la experiencia de confusión y desorientación que hace a la historia narrada. Esta suerte de “poética de la forma expresiva” (para parafrasear al Umberto Eco exégeta de James Joyce) está también entre los momentos más interesantes y valiosos del libro de Santana.
 
La última sección, basada en “Gato que aparece en la noche”, está armada como un collage un poco a la manera de ciertas zonas de la producción de Dave McKean, incluyendo fotografías, texto en diversas tipografías y dibujos en apariencia descuidados o viscerales; tampoco aquí encontramos “historieta” en el sentido más clásico del término, con viñetas secuenciales y diálogo; de hecho, parece operar en la sucesión de secciones una suerte de dispersión de esa idea o concepción de lo historietístico, lo cual –además de la apelación a la historia de la historieta o la ilustración tan claramente presente en el orden de las secciones, especialmente las tres primeras– aporta una lógica (a su manera narrativa también) a la yuxtaposición de las secciones.
 
Palabra, entonces, merece ser considerado uno de los libros más interesantes publicados en los últimos años por una editorial uruguaya especializada en historieta. Así, y siguiendo la línea del primer párrafo de esta reseña, el libro de Santana enriquece notoriamente el panorama historietístico y ofrece una suerte de bastión de resistencia de una manera de hacer historieta, más experimental, si se quiere y, ante todo, más arriesgada, que sirve de contrapunto y complemento a la vertiente más narrativa y convencional. Ambas, entonces, hacen a la buena salud de la historieta uruguaya más reciente.
 
Es imprescindible, por último, mencionar el prólogo escrito por Horacio Cavallo, indudablemente uno de los escritores más importantes de la nueva literatura de nuestro país. Además de ofrecer una atenta descripción de las diversas estéticas movilizadas por Santana, Cavallo hace una lectura muy interesante de algunos de los acápites musicales de las secciones –en el orden del libro: “Push the sky”, de Nick Cave & The Bad Seeds; “Canción del vagabundo en Navidad”, de Darnauchans; “Muchacha campesina”, de Zitarrosa; “I see a darkness”, de Bonnie “Prince” Billy (Will Oldham); y “Tres deseos”, de Pequeña Orquesta Reincidentes– y, especialmente, ensaya una valoración de la obra de Henry Trujillo como la de un escritor que “marcó tempranamente a nuestra generación con su prosa” (p.8). Esa “generación” es la de Cavallo y Santana (ambos nacidos en 1977), pero podríamos extenderla, por supuesto, a la de tantos escritores nacidos más o menos por esas fechas (Rodolfo Santullo, Pedro Peña, Fernanda Trías, etc), y sería interesante buscar las marcas de las que habla Cavallo (que las propone como vinculadas a la “prosa” más que a otras dimensiones posibles como la anécdota, la ética del escritor, la relación entre relatos e ideas, todos elementos fundamentales para entender la interacción entre la obra de Levrero, por dar un ejemplo de indudable relevancia, y la producción de los escritores nacidos después de 1973) como manera de establecer vínculos de lectura y escritura entre la generación de Cavallo y la inmediatamente anterior, la de Henry, Peveroni y, acaso también, Rehermann, Hamed y Espinosa.

Publicada en La Diaria el 2 de julio de 2014

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