Cuando salí de La Habana (Grupo Belerofonte, ExAbrupto, LocoRabia), de Frank Arbelo, es una variada
compilación de relatos gráficos, algunos de ellos con guión y dibujos de
Arbelo, otros guionados por Omar Giménez y Diana Pazos, más un buen
número de adaptaciones o recreaciones historietísticas de textos de
Enrique Ánderson Imbert, Juan José Arreola, Augusto Monterroso, Max Aub,
Nicolás Guillén, Carlos Drummond de Andrade, Pedro de Miguel, Henri
Pierre Comi, Antonio Orlando Rodríguez y el documentalista boliviano
Yarko Rhea Salazar. El nivel, como suele suceder con los compilados, es
variado.
Para comenzar con uno de los puntos altos, una de las historietas incluídas al volumen, el set
de variaciones sobre cuento hiperbreve "El dinosaurio", del
guatemalteco Augusto Monterroso ("Cuando despertó, el dinosaurio todavía
estaba allí"), es notoriamente una obra maestra de economía de medios y
expresividad; puede leerse, en su versión a color,
en el blog Historietas Reales; para esta edición se propone una versión
en grises, que pierde el juego con los colores predominantes para cada
variación pero mantiene, por supuesto, la tensa construcción
variacional: cada página (cada variante) reconstruye el microcuento de
Monterroso desde una clave visual (y narrativa) diferente: el
dinosaurio, así, se vuelve metáfora de diversas situaciones o personajes
enfrentadas o enfrentados por los protagonistas, abarcando una gama de
posibilidades que, por acumulación, tiende a agotar la propuesta
original de Monterroso. Así, en la primera el dinosaurio esta
relativamente cerca de lo literal, en tanto se trata de una
representación de un dinosaurio: un muñeco que forma parte de un móvil.
La segunda trabaja una connotación posible del concepto de dinosaurio:
algo grande (monstruoso) y desagradable, y lo presenta bajo la forma de
un grano en la nariz de un adolescente; la tercera incorpora una
dimensión política y representa al dinosaurio bajo la forma de Fidel
Castro; la cuarta trabaja otra connotación del concepto de dinosaurio,
la antiguedad, y nos muestra a un hombre muy viejo durmiendo al lado de
una muchacha hermosa. La quinta abre todavía más el espacio de la
metáfora de corte social: al mostrarnos el cartel de McDonald's podemos
pensar que el monstruo representado es tanto la cadena de restaurantes
"concreta" como una posibilidad más "conceptual", la del capitalismo
agresivo y predador que connota el logo, regresando así una vez más a
las connotaciones del concepto de dinosaurio. La sexta incorpora un
monstruo más humano y concreto: el lector se siente tentado a
reconstruir la historia del hombre que despierta y contempla a su
torturador y quizá asesino; puede tratarse de un episodio en la
sangrienta historia de las dictaduras recientes, quizá en particular las
latinoamericanas, o puede tratarse de un ejemplo de brutalidad policial
en "democracia": lo cierto es que las dos austeras viñetas de Arbelo
abren la lectura a un universo posible de historias. La última variante,
por último, tematiza a la representación artística: el dinosaurio,
aquí, es el lienzo en blanco que mueve, conmueve y quizá paraliza al
artista.
La secuencia, entonces, puede pensarse como una forma de
progresión, una secuencia por tanto narrativa, que avanza en
complejidad creciente desde un muñeco infantil hasta una visión del
trabajo artístico. Cada variante se cierra sobre sí misma, claro, pero,
encadenadas, traman la historia, la evolución de una idea. Como sucede
en composiciones musicales como Las variaciones Goldberg, de J.S.Bach, o en las Variaciones Enigma, de Elgar, el juego formal trabaja sobre lo mismo y lo otro: cada variación es lo suficientemente diferente como para ser otra (esto se ve especialmente en la versión en color), pero, a la vez, es claramente la misma historia.
La repetición modulada, además, trama otra narrativa, del mismo modo
que el mencionado set de variaciones de Bach también puede escucharse
como una vasta obra en sí misma, con episodios, secuencias y momentos de
brillo individual. Este campo de relacionamiento entre la narrativa
gráfica, la secuencialidad, el arte plástico y la música propuesto por
Arbelo es, sencillamente, brillante. Aquí se cuenta lo mínimo
indispensable (no en vano se eligió un cuento entendido como el más
breve de la literatura latinoamericana) y, a la vez, se cuenta más de lo que podemos poner en palabras (curiosamente, en otros momentos del libro encontramos historias gráficas que cuentan menos que las palabras que incluyen). Como dice el prologuista Alejandro Farías, sólo esta historieta justifica la compra del libro.
Las historias guionadas por
Arbelo, que aparecen en la primera sección del libro, pueden pensarse
como un muestrario de lo mejor y lo peor del compilado; la que da título
al volumen, que funciona como ilustración de un poema (o de un texto
narrativo que, en virtud de su uso de la rima y el ritmo puede ser leído
como un poema), si bien llama la atención desde la parte gráfica (entre
otras cosas por hacer uso de un estilo que no es retomado en el resto
del libro y que aporta por tanto a la variedad y riqueza de este último)
no llega a configurarse como una historia valiosa en sí misma, aunque
en rigor su brevedad le juega a favor y no opera el mismo tipo de
desilusión que sí se puede encontrar en la historieta que le sigue, que
parece poco más que una ilustración de una observación social de cliché o
lugar común. "La visita" es más interesante, y también trabaja un
estilo gráfico notoriamente diferente al de otras historias; opera en
esta historieta otro procedimiento señalado por el prologuista,
consistente en pensar la trama en función de su final; aquí Arbelo
trabaja también sobre las palabras de uno de los personajes, modulando
un tono cariñoso e íntimo hacia una acusación cuya fuerza estalla en la
última viñeta, una excelente splash page. El mismo procedimiento
es ensayado en "Otra mañana", quizá con menos efectividad, y en "Llueve
otra vez", mi favorita de esta sección, que se abre melancólicamente
hacia una apreciación del trabajo del artista y su a veces difícil lugar
en el mundo. Otra historieta de esta sección es la brevísima "Rodando
como una piedra", que opera en la región más "política" del libro con
una excelente resolución.
Las cuatro historias que integran la
sección de trabajos con dibujos de Arbelo y guión de Omar Giménez y
Diana Pazos no son descollantes en el contexto del volumen ni tampoco
sus momentos más flojos; apelan, también, al final sorpresivo, y se
sirven de procedimientos de ciencia ficción y de literatura fantástica.
Es posible que "La condena", con su sugestivo clima de soledad (con una
buena simbiosis entre el texto y las imágenes), sea la mejor de las
tres, aunque la brevedad de "Ramírez" aporta a la construcción de una
historia intensa, con toques de ese humor absurdo que adoraban los
surrealistas.
En la sección de adaptaciones de textos de Anderson
Imbert el resultado es más desigual. La más larga de las historietas
("El ganador") es también la más satisfactoria, y debe contarse entre lo
mejor del volumen; las dos que la preceden, sin embargo, parecen
señalar ante todo la carencia de lo que hacía funcionar los cuentos del
autor adaptado, es decir ante todo su entramado de palabras. Pasadas a
imágenes dan la sensación de poca cosa, de que algo se está perdiendo;
si bien ninguna de estas dos propuestas llega a naufragar, sí parecen
abrir el campo para otros trabajos en los que, siguiendo las mismas
pautas, el resultado es aún menos satisfactorio por las mismas razones.
Es el caso de "Duermevela" (basado en un texto de Juan José Arreola) y
"Receta casera" (aunque no del todo en "Rinoceronte", que quizá por su
extensión y su mayor variedad narrativa funciona mejor).
La
sección "Crímenes ejemplares", basada en textos de Max Aub, apela a la
construcción de microrrelatos que pueden pensarse como variaciones de un
hecho sangriento en el que cabe leer cierta carga de sarcasmo o
cinismo. El decimotercero es quizá el mejor, pero en general se tiene la
sensación de lo ofrecido es poco, que en algunos casos (el de la muñeca
inflable o el de la mujer que arroja por el balcón a su marido por el
mal aliento de este último) no se pasa de un chiste demasiado sencillo.
Leídas una detrás de otra estas historias pueden exasperar y dar ganas
de cerrar el libro o de, mejor, saltear; aquí difiero con el
prologuista, que las considera un punto alto del volumen; en mi opinión,
de hecho, esta sección está cerca del momento menos interesante de Cuando salí de La Habana.
La
última sección ("Otras adaptaciones") incluye un relato delicioso y
maravillosamente resuelto: "El ratón y el canario", basado en un texto
del brasileño Drummond de Andrade. Se trata de una historia sencilla y
entrañable, para la que Arbelo elige un estilo de ilustración que le va
como anillo al dedo. A la vez, aparecen aquí otros de los momentos más
flojos del libro: "El cosmonauta", que repite y ahonda las fallas de la
historieta que da nombre al libro y no logra ser interesante en sí misma
ni despegarse de la gravitación del poema de Guillén que la inspiró,
del que se convierte en una ilustración demasiado literal y, por tanto,
innecesaria; y "El último baile en Hammarkullen", que no parece
decidirse a contar una historia. Funcionan mejor "Soledad" e "Historia
del joven celoso", que deben contarse entre los trabajos más sólidos
aquí incorporados, y también "Un tipo ahí", que acepta una lectura desde
la preocupación de Arbelo por ofrecer relatos sobre el quehacer
artístico.
En balance, Cuando salí de La Habana incorpora
historietas brillantes y también piezas olvidables; al ser imposible
eludir aquí la cuestión del gusto del lector, funciona lo que suele
pasar con los compilados que no están pensados en torno a un único
núcleo temático: habrá quien prefiera ciertas historietas frente a
otras, habrá quien pierda la paciencia con el libro en algún momento (a
mí me pasó con la serie basada en Max Aub) y, si persiste en la lectura,
se reconcilie con Arbelo al recorrer otra de las historias recopiladas.
En ese sentido, más allá de ofrecer algunas razones para apuntalar las
preferencias individuales, no hay mucha discusión posible: el libro es
rico porque es variado, y cabe que lo pensemos como un muestrario
bastante completo de los poderes de su autor. Por tanto, siempre habrá
una sección o historieta que "salve" al libro y otra que lo "condene";
en mi caso, las variaciones sobre "El dinosaurio" me parecieron tan
brillantes que apenas me importó que frente a otras historietas no pudiese dejar de pensar en objeciones o, incluso, pasase la página en desinterés.
Más allá de esto, quizá podría apuntarse que Arbelo funciona mejor
cuando trabaja sobre tramas más amplias y sólidas, el tipo de historias
que no apelan únicamente a su entramado verbal para funcionar. Las
variaciones sobre "El dinosaurio" podrían pensarse, de todas formas,
como un contraargumento -o como la proverbial "excepción que confirma la
regla"-: eso, quizá, las hace brillar todavía más, en tanto se aparecen
como un verdadero momento de genialidad.
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