El esplendor visual de Cinema Panopticum (Thomas Ott, 2005)
habla por sí mismo. Y no es un chiste tonto motivado por la ausencia de
palabras en el libro: es una constatación de la maestría de Ott como
artista visual. Los grabados de Cinema Panopticum configuran un
mundo pesadillesco, que por momentos parece tomado de una película
expresionista alemana; la narración, además, es impecable: El impulso de
pasar página tras página a toda velocidad parece una tentación
irresitible dado el ritmo impuesto por Ott a su trabajo, pero, por
supuesto, la calidad de su arte invita a precisamente lo contrario, a
detenerse para contemplar. No es, por supuesto, un libro para leer,
aunque parezca una obviedad decirlo; es un libro para mirar, para
perderse en sus contrastes, en sus detalles. La ciudad en la página 87
de la edición de La Cúpula, el profeta de la página 94 y la monstruosa
cucaracha de la página 40 son excelentes ejemplos de imágenes
hipnóticas, agujeros negros de las miradas. Porque, en última instancia,
de eso trata (o en base a eso puede tramarse una lectura posible de Cinema Panopticum) el libro: una niña que mira imágenes animadas y silentes en una feria/un lector que mira a la niña mirando imágenes.
Cada
historia -una por capítulo- lleva a la protagonista a una pesadilla
diferente, y el lugar desde el que se ven o se miran todos esos mundos o
todas las historias es el "panóptico" invocado por el título, que,
curiosamente, es también la atracción más barata de la feria, la única a
la que puede acceder la niña con la moneda que encuentra. Ella podrá
ver esos mundos y, finalmente verá algo más, una pesadilla que se muerde
la cola.
Entendidos como segmentos de una historia minuciosa y
perfectamente limitada, que juega con la idea de la mirada y lo mirado,
con la representación y el silencio (porque en última instancia el
terror final, por obvio que pueda parecer, no es más que el de una
hipótesis de lectura), los capítulos de Cinema Panopticum funcionan a la perfección: tomados como historias individuales fallan casi todos.
Quizá eso pueda convertirse, según cómo se lo lea (o se lo mire), en un
punto debil del libro de Ott: en su conjunto funciona a las mil
maravillas, pero cada una de las historias contadas -dejando de lado su
excepcional tratamiento gráfico- no impresiona como gran cosa. Son
narraciones de efecto, de final sorpresivo (el libro, en cierto modo,
también lo es), más o menos ingeniosas. Quizá la mejor -en tanto
historia- sea la primera; quizá la más efectiva -en tanto germen de
lecturas posibles- sea la tercera, pero, por supuesto, la invitación que
nos hace Ott es a leerlas todas como partes de un todo que repite -a su
propia escala- la estructura de sus partes. Eso, en última instancia, es otro juego óptico, un trabajo de ampliación, de proyección: Ott nos habla de cómo vemos las historias y como vemos la historia en la que se ensamblan; narra desde la mirada y sobre la mirada. En ese sentido (insisto: y en el "meramente" visual), Cinema Panopticum es una obra maestra.
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