jueves, 2 de febrero de 2017

El viaje a la nieve, Alejandro Farias (guión), Tomás Gimbernat (arte); Aloha, Maco




Paisajes interiores


2016 fue un año especialmente rico para la historieta uruguaya. La publicación de la novela gráfica Rincón de la bolsa, por ejemplo, terminó de consolidar a Nicolás Peruzzo como uno de los dos o tres guionistas más talentosos del medio local; asimismo, el crecimiento en cuanto a publicaciones en el extranjero de Rodolfo Santullo (que escribe frecuentemente para editoriales argentinas y ha visto traducida su novela gráfica Dengue a varios idiomas) es sin duda un hecho atendible, al que cabe añadir que su editorial, Grupo Belerofonte, continua co-editando con editoriales argentinas y ofreciendo en el mercado local, por tanto, la obra de los historietistas más interesantes del país vecino.

Un buen ejemplo es sin dudas Alejandro Farías (Bahía Blanca, 1978), de quien fueron ya distribuidos en Uruguay los libros Piedra, papel o tijera (con dibujos de Jozz) y ¿Qué he ganado con quererte? (con dibujos de Junior Santellán), dos muestras notorias de su versatilidad y sus buenas ideas a las que se sumó a fines del año pasado la novela gráfica El color de la nieve, con guión de su autoría y arte de Tomas Gimbernat.

Acaso sea el arte lo más fascinante del libro. Gimbernat debuta en la novela gráfica creando un universo visual bellísimo y expresivo, tributario, cabría pensar, de algunos elementos visuales en las películas de Hayao Myazaki (de hecho uno de los personajes, un escritor, se parece bastante al japonés). Se trata, en cualquier caso, de un mundo habitado por animales antropomórficos (el guión, en ese sentido, remite quizá al clásico Watership Down, tanto la novela de 1972 como el largometraje de 1978, además de, por supuesto, a Animal Farm, de Orwell) y también humanos, que comparten una geografía de carreteras, paradores, desiertos y ciudades escondidas en los bosques. Las viñetas de carretera, de hecho están entre las más sugestivas del libro (la primera de la página 8, toda la página 15, la primera de la página 39, toda la página 83), junto al final visualmente alanmooreano y a las representaciones del bosque como frontera o empalme entre mundos. 

El guión de Farías es correcto y, en general, el relato está construido con solvencia. Hay, sin embargo, ciertas bajadas de línea románticas o hasta cursis, y la incorporación del poema “Paseo Ahumada” de Enrique Lihn (páginas 52-57), si bien no atenta contra la narrativa, termina por convertirse en el momento más flojo del libro (en particular la página 55, que parece querer desviar la atención del lector hacia otro tipo de pacto de lectura, para que de pronto sea retomado el hilo narrativo). La creación del mundo o los mundos ficcionales, de todos modos, termina siendo el lado fuerte de la propuesta, y el ritmo de relato de aventuras que le impone Farías a su guión funciona indudablemente bien.
  
La trama sigue las peripecias de una tortuga (otro de los personajes emplea el término “tortugo”) que se propone alcanzar la región austral en la que comienzan las nieves, y es interesante que al señalar esa dirección el relato queda ubicado en el hemisferio sur del mundo ficcional, acaso como referencia a la geografia de Argentina. La vaguedad en el cometido del protagonista, unida al poder evocativo de advertencias sobre “entrar al bosque” y lo sorprendente de las circunstancias en que termina entrometido el “tortugo” (guerras entre tortugas, ciudades que son inundadas periódicamente, sociedades mecanizadas), si bien en algunos momentos parecen acercarse un poco al cliché (p.38, por ejemplo), aportan a una trama sugerente y por momentos fascinante, a la que no socava el desenlace algo simple y la comprensión de qué perseguía en verdad el protagonista. 

Farías maneja bien el molde clásico de la trama de aventuras basada en los escollos que van apareciendo, azarosamente, en el camino de un protagonista cuya misión no es presentada con claridad, pero también reescribe ese modelo de relato (al que suma el componente inevitable de alegoría que se desprende del uso de animales antropomórficos) siguiendo las pautas de una road-movie, lo cual de alguna manera “actualiza” (o conecta a otra tradición) el molde elegido. Esto es sin duda un acierto de Farías, y un buen argumento a favor de esta novela gráfica


Llenando espacios

Cabe pensar que un indicador de la buena salud de la que goza la escena historietística local es la aparición de reediciones, que reinstalan en el mercado títulos ya no fácilmente conseguibles y que contribuyen a pensar en determinadas obras a las que se propone especialmente rescatables y perdurables. Así, Criatura Editora acaba de proponer una nueva edición de Aloha, la novela gráfica que publicara María Concepción “Maco” Algorta en 2011 con la editorial Grupo Belerofonte. La calidad del trabajo de Maco hace más que fácil la justificación para una reedición, y el trabajo de Criatura Editora desemboca en un libro bello, un objeto a tono con la calidad de su contenido; a la vez, la reaparición de Aloha puede servir (como suele pasar con las reediciones) de punto de partida para algunas reflexiones sobre la obra de esta historietista singular.
La bibliografía de Maco (1987) no es abundante. En los casi seis años que pasaron desde la publicación original de Aloha la dibujante vio republicada su primera novela gráfica en la prestigiosa editorial Periférica (de Madrid), aportó la tira “Fedra” para el blog Marche un cuadrito, gestionado por AUCH (Asociación Uruguaya de Creadores de Historieta), y publicó algunas historietas en revistas como Lento y en volúmenes compilatorios -como ser los tomos Verano y Otoño, surgidos de una convocatoria de AUCH-, algunas de ellas recogidas en el libro Maco & Roy Greatest Hits, que sería el segundo en el que la historietista figura como autora de todo el material ofrecido (co-autora, en rigor, porque aquí Maco actúa como dibujante junto al guionista Pablo “Roy” Leguisamo).

Es interesante entonces preguntarse si Maco ha continuado los elementos más notorios o flagrantes entre lo que proponía Aloha -cierto clima apenas onírico, experimentación con la narración secuencial, juegos con los límites de la página, procedimientos metahistorietístico, imaginación visual cuidada y no desbordante-, y una respuesta apresurada es que la dibujante ha depurado ese impulso metahistorietístico que aparecía a la gran mayoría de las páginas de su primera obra. Es cierto que el trabajo junto a un guionista -y en su colaboración con Roy sin duda Maco logró ofrecer alguno de sus mejores obras más allá de Aloha- implica un proceso de dibujo sin duda diferente al de un libro más de autora, pero quizá pueda concluirse que el arte de Maco se concentra más -y funciona mejor- cuando dibuja guiones ajenos. Así, tanto “Serendipia” y “Entre viñetas”, disponibles ambas en Maco & Roy Greatest Hits y publicada originalmente la primera en Lento y en Otoño, están sin duda entre lo mejor de lo dibujado por Maco (son ambas más satisfactorias, por ejemplo, que “Señales de vida”, la historieta de su autoría completa que apareció en Verano). En ambas, los recursos formales más descollantes de Aloha aparecen notoriamente atemperados, o usados con más sutileza, de manera que podría pensarse que, hasta la fecha al menos, Aloha no señala tanto un sistema de líneas a explorar como una obra puntual y cerrada en la carrera de su autora, en lugar de un conjunto de rasgos idiosincráticos o de estilo que serán reiterados en obras sucesivas. Es cierto que la hipótesis es apresurada, y que acaso la dibujante esté en estos momentos terminando una Aloha 2 todavía más barroca que la primera, pero a juzgar meramente por lo publicado el panorama parece diferente.
Con esto no quiere decirse que los dibujos de Maco pos-Aloha propongan una estética completamente separada de la de sus primeros esfuerzos: por el contrario, los trazos cuidados, el ingenio y el virtuosismo en la narración visual están siempre presentes, así como también elementos más fácilmente reconocibles como ser el dibujo simplificado y expresivo de los rostros y la atención a las actitudes corporales de los personajes.

Por cierto, en el medio del repaso queda “Fedra”, una tira inconclusa que por ahora no ha sido llevada al papel; quizá pueda pensársela como una suerte de trabajo de transición, pero, en general, su nivel (que hace hincapié en el relato de lo cotidiano y en una mirada apenas extrañada de las cosas) no está a la altura de lo mejor de Aloha ni, tampoco, de las historietas guionadas por Roy que fueron mencionadas más arriba.
Seguramente quepa esperar de Maco un libro enteramente de su autoría y a la altura de su primera obra; muestras de su talento abundan en todas sus viñetas, por cierto. Mientras tanto, con el volumen Maco & Roy Greatest Hits y esta nueva edición de Aloha, los lectores de historieta uruguayos tienen acceso a lo mejor del trabajo de una historietista singular y atendible.

Publicada en La Diaria el 20 de enero de 2017


Banda de Orcos, Rodolfo Santullo (guión) y Marc Borstel (arte)



Orcos noir
 

Los géneros, no importa si en narrativa gráfica o literaria, demandan un equilibrio entre lo mismo (aquello que vincula el relato en cuestión al género) y lo nuevo (lo que lo hace valer la pena y trascender la mera repetición de lugares comunes agotados). A la vez, cabe pensar que algunos géneros toleran un peso mayor de lo mismo y otros demandan un énfasis más notorio en lo nuevo; de esta manera, la ciencia ficción clásica reclamaba “originalidad” mientras que la fantasía épica tolera el ensayo de variantes más bien tenues sobre el repertorio de figuras consagrado por Tolkien en El señor de los anillos y El Silmarillion. Es cierto que las obras maestras del género (Canción de fuego y hielo, Terramar, Elric de Melnibone, etc) arriesgan una distancia mayor con el molde, pero nadie puede dudar que buena parte del cuerpo del género, al menos a nivel comercial, se limita a imponer variantes mínimas a su matriz.
 
En ese sentido, Banda de Orcos, la novela gráfica de Rodolfo Santullo (guión) y Marc Borstel (arte) propone un equilibrio atendible entre los lugares comunes del género (magia, batallas, razas diferenciadas, feudalismo, etc) y el ímpetu de ofrecer una vuelta de tuerca. Su trama es sencilla: sigue a un grupo de orcos en su intento de regresar a casa tras haber llegado tarde (y en esa “llegada tarde” aparece ya una modulación de interés con respecto al ímpetu épico del género) a una batalla decisiva; en el camino, por supuesto, se toparán con resabios de esa batalla y con personajes en principio más “nobles” que ellos, al menos de acuerdo a los esquemas o taxonomías clásicas o tácitas del género. Pero Santullo no evita ofrecer esquemas demasiado maniqueos sino que –y aquí aparece uno de los elementos de mayor interés en su guión– tampoco condesciende a imponer nobleza u honor a sus protagonistas orcos para garantizar de esa manera la empatía del lector. Por cierto, que integrantes de esta especie fantástica reclamen protagonismo no es algo nuevo (pasa, por ejemplo, en el videojuego Warcraft III y en la película inspirada por esa serie), pero en general cuando se propone como personaje principal un orco (o un grupo de orcos) se opta también por destacarles/inventarles alguna virtud –honor, sacrificio, etc– que facilite la mencionada empatía; Santullo, felizmente, no repite ese gesto, y a sus orcos los mueven apenas móviles egoístas o de supervivencia. Casi como si se tratara de un híbrido entre la crook-story de la novela negra y la fantasía, con una modulación a una narrativa, digamos, amigable con los lectores jóvenes. Black fantasy o hard-boiled fantasy, digamos, para diferenciarla de la dark fantasy, o fantasía hibridada con el horror y lo inquietante.
 
El guión, entonces, es interesante y funciona bien; pero es en el arte de Marc Borstel –que también se nutre de lugares comunes del género y les impone un giro personal– donde Banda de Orcos brilla más. La narración visual es fluida y dinámica, y el diseño de personajes (y razas) sugerente. Es fácil notar la impronta del modelo de producción elegido por Peter Jackson para sus seis películas ambientadas en la Tierra Media (los “sindiros” de este libro se parecen en cuanto a yelmos y armaduras a los elfos de la Segunda Edad en el prólogo a La comunidad del anillo; el armamento y las defensas de los orcos recuerda al de los Uruk-hai en esa misma película y en Las dos torres), a lo que cabe sumar la representación de las “falkirias”, cuya evidente sensualidad remite a comics europeos setentero-ochenteros, pero Borstel se las arregla para imponer, especialmente a nivel de detalles, su propia variante del estilo consagrado por el género. Y dibuja y entinta maravillosamente bien. Quizá merezca, de paso, una atención especial su tratamiento de los fondos o escenarios, que funciona perfectamente en el contexto de un género en el que las geografías ficticias (no en vano casi todos los libros de high fantasy o fantasía épica incluyen mapas) son tan importantes.
Banda de Orcos, subtitulado Una razón para morir, es notoriamente la primera entrega de una saga. Lo que ofrecen sus 74 páginas de relato y otras tantas de diseño de personajes, entonces, cumple con el objetivo de dejar al lector pidiendo más.

Publicada en La Diaria el 6 de enero de 2017